lunes, 27 de enero de 2014

La eterna y belicosa danza interna





Siempre la eterna lucha, como una interminable coreografía entre dos, cada uno de ellos compitiendo por ser el que prevalece, y tomar el control de su cuerpo huésped. Siempre los dos contrincantes enfrentados, antagónicos, renuentes a cualquier cooperación. La sincronía entre cerebro y corazón es tan sólo un quimérico deseo.

Cada uno de ellos, dotado con sus propias armas, inmersos en una batalla en la que jamás se rinden, pase lo que pase, un campo de batalla que se encuentra dentro de nosotros mismos, y cuyo resultado jamás podemos prever, por más racionales que creamos ser, la guerra nunca termina, y los resultados de cada una de las miles de batallas que se desarrollan en nuestro interior, son imprevisibles, y sorprendentes, como la misma vida, como el mundo sobre el que caminamos.

Estos particulares contendientes no dudan en hacer uso de cualquier arma y medio que tengan al alcance, obviando cualquier tipo de efectos colaterales, arrasando todo a su paso si es necesario para ganar terreno, mientras nosotros como escenario bélico que somos, nos encontramos crudos y revueltos, a la espera del vencedor, dependiendo de cual de ellos será el que se encuentre con más fuerzas ese día, seremos más sensatos, o más impetuosos, hasta la siguiente encarnizada batalla de imprevisible resultado.


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