lunes, 8 de septiembre de 2014

A la pizarra!




No es que quisiera que su decoración fuese de tipo minimalista, ni que su piso fuese espartano en cuanto a mobiliario, lo que sucedía era que sencillamente no ganaba el dinero suficiente para andar surtiendo de objetos su casa. Su piso era como su misma vida, que apenas tenía lo que necesitaba. Vivía ligero de todo a pesar de que había intentado obtener algo que le llenara. Por eso Arturo se abalanzó sobre aquel anuncio en cuanto lo vio. Una oferta de empleo en el que una asociación requería personal para impartir cursos y talleres de varias disciplinas. Anotó la dirección de correo y se apresuró a enviar su solicitud.

En poco más de una hora ya había recibido una respuesta favorable a la sugerencia de organizar unos talleres de creación de comic. Le habían dicho que si, y Arturo se había puesto un poco nervioso ante las ganas que tenía, tanto, que se atragantó con el café. Por fin iba a poder hacer algo más que servir mesas, se decía. Lo de servir mesas no era nada malo en absoluto, pero Arturo tenía poca, muy poca habilidad para ello, ni siquiera podía aprender a llevar bien la bandeja, y no era tan rápido como desearía.

Mediante un intercambio de varios correos electrónicos concertaron una entrevista personal para tres días después, lo que le venía de perlas, pues ese día terminaba el compromiso con su actual empresa, tras un mes intentando aprender lo que no le entraba de un oficio que allí era mayoritario. Un mes y fuera, la temporalidad de los trabajos arruinaba un poco sus ánimos, pero en ese momento le llenaba de fuerza la idea de probar algo nuevo y apasionante como era aquello.

Los tres días le pasaron como tres semanas, pero al fin llegaba el momento ansiado. Se dirigió a la sede de la asociación como caminando por el aire, y le atendió un hombre apenas mayor que el mismo, un hombre de agradable trato que le cayó bien enseguida. Arturo le habló del taller que iba a impartir y de como lo iba a enfocar y estructurar mientras su interlocutor sonreía. Se lllamaba Mario, y era el director de la asociación, como una montaña humana cubierta de pelo y barba rubias, en contraposición con el moreno y de pelo corto Arturo. Ante la pregunta de la disponibilidad y cuando podría empezar, Arturo ya tenía respuesta: Disponibilidad total, y dispuesto a comenzar enseguida, tenía todo el tiempo libre para dedicar al taller. Calcularon que a las dos semanas desde aquel día todo estaría dispuesto para empezar. Arturo daría el taller en unas veinte sesiones, dos días a la semana, por unos 275 euros en total. Antes de despedirse se tomaron un café en la máquina que había a la entrada, alargando un poco más la entrevista, pero todavía mas informal y distendida.

Llegó a su cama igual que en el camino de ida, o quizá flotando aún más, y cuando salió de su nube buscó entre las ofertas algo con que complementar los talleres, que aunque no era mucho, si que le hacía ilusión y que aparte del tema monetario podría llevarle  a otras cosas relacionadas con eso, y a jornada completa además.

Según iba acortándose el plazo de las dos semanas, la ilusión seguía allí, pero también había hecho aparición el miedo escénico. Dudando un poco de su capacidad pedagógica, puesto que no era maestro titulado ni  nada parecido, por mucho que lo hubiera hecho en otra ocasión.

Y si los alumnos saben más que yo? Y si no puedo responder a alguna cuestión? Y si me atasco a la hora de hablar en público? Estas y otras eran preguntas que tomaban por asalto la mente de Arturo, infundiendo algo de miedo a la hora de abordar la situación.

El primer día llegó hecho un flan, temblándole hasta la voz, dando la impresión de ser un poco indeciso. Había gente de todas las edades entre las 20 personas inscritas y Arturo sudaba a mares mientras impartía las horas que le tocaban.

Los días siguientes, creyendo que sería igual o peor pensó en dejarlo, pero cuando volvió la cosa era distinta, lo que le hizo darse cuenta de algo en lo que no había reparado. No sería profesor de oficio, pero a la gente que estaba allí le encantaba lo que se estaba haciendo, le ponían pasión y amor, y daba igual que tuvieran conocimientos previos o no, vivían el momento, en aquella experiencia piloto. Fue la gente a la que enseñaba la que le hizo darse cuenta de que todos compartían los saberes de todos, de una multidireccional. Que en aquel lugar no había un profesor y alumnos, si no asistentes todos a una excitante experiencia compartida, y todos aprendían a tener y expresar ideas conjuntamente, lo que contribuyó a tranquilizar a a Arturo y a mantener un continuo flujo creativo en un relajado ambiente, certificado por la sonrisa de Mario, que sin ser visto, de cuando en cuando asomaba por la sala que hacía las veces de aula con gesto de satisfacción.

En esos días tras el primer día, se despertó una nueva sensación en Arturo, que desterró al miedo y la duda. Una sensación de bienestar y alegría. Le encantaba. Orientar a otros para que crearan personajes e historias. Sacar al yo más artístico de las personas. Descubrió allí que adoraba hacer lo que estaba haciendo. Quería eso toda la vida.




1 comentario:

  1. Hasta en lo mejor de nuestro repertorio se llega a vacilar a veces, tal y como el del relato.

    Yo si prefiero el minimalismo, ya sea el de elección o el de a-fuerza-por-jodido.

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