lunes, 21 de julio de 2014

Los circunloquios de Lucas. Desde la ventana







 Aquí estoy otra vez contando mis desventuras en tierras americanas. Ahora la situación ya no es tan desastrosa como lo era hace unos días atrás, al menos en lo laboral. Me he hecho con un puesto  en una cafetería de por aquí. Es una especie de Starbucks a menor escala y de menos calado, Moka World se llama el invento. No esta mal por el momento, habrá que dejar pasar unos cuantos días a ver que tal se da la cosa por aquí.

El tema de la vivienda también está en proceso de ser solucionado. A falta de algo mejor que me pueda permitir, me he mudado con Sharon, mi pareja americana. Viviendo con ella, que me sale más barato que cuando vivía yo sólo, he podido detectar alguna de sus excentricidades, como la de llevar tapones en los oídos en casa. A los tres días me di cuenta de que más que una excentricidad, es una necesidad. Aquí las paredes son muy finas y el sonido se cuela fácilmente. Los vecinos no son precisamente silenciosos, y los ruidos que provienen de la calle no son pocos. En esta zona abunda una fauna de lo más curiosa. Los americanos serán lo que sean, pero inexpresivos, si que no lo son, eso desde luego. En estas calles no abundará el dinero, como puede apreciarse dado el estado de los edificios, pero lo que si que no hay es aburrimiento, siempre sucede algo que no permite a la monotonía instalarse aquí.

Por eso siempre que no estoy durmiendo, trabajando, practicando inglés, u otras cosas con Sharon, estoy sentado a la ventana, un espectáculo mucho más entretenido que cualquiera de los que emitan por los innumerables canales de televisión de aquí. Esta misma noche, un Spiderman de segunda fila llevó a cabo una fallida escalada que terminó en el hospital. Cayó a la altura del segundo piso. Un exnovio celoso y acechador de una joven y un poco promiscua vecina.

Aquí siempre hay algo sobre lo que hablar, como la parada del metro que hay unas manzanas más allá, en donde hace unos días un hombre mayor se llevó una cuchillada, así, por las buenas, sin venir a cuento. Sé que se siente, o casi, yo mismo me llevé un puñetazo en las narices en esa estación el día que vine desde España, sin mediar palabra ni motivo, quizá fue una forma de bienvenida de parte de los Estados Unidos de América, para que no pensara que fuera de la maltrecha Europa todo el monte es orégano. Quizá es la forma que tiene New York de decirte: Bienvenido, pero cuidadito con lo que haces aquí, amigo.

Así es la vida en esta a veces absurda, y en ocasiones incluso sórdida ciudad. No hay por que volverse loco buscando los motivos de cada cosa, porque sencillamente no los hay. Y menos en zonas poco glamourosas como esta.

Y es que me vi forzado a largarme de España, y me vino bien porque creía que aquello era el infierno. Así descubrí que los paraísos totales no existen. Lo que existen son diversos tipos de infiernos, con muchos grados de intensidad infernal. Alguna vez pensé en volver allí, pero cada vez menos, es un pensamiento que ya apenas acude a mi cabeza. Sería como el cambiar el morir tiroteado aquí por el extinguirme de hambre en España. Que diablos, prefiero mascar plomo aquí, en el peor de los casos. Y que coño! al menos aquí tengo trabajo, lugar donde vivir y unos dólares en el bolsillo que me permiten seguir hacia adelante. Allí ya no hay sitio para nadie.

De modo que como todas las noches a estas horas me encuentro mirando desde la ventana como se pelean los borrachos del bar semiclandestino que tengo enfrente. Mirando por la ventana mientras repaso los pros y contras de estar aquí o allí, y una vez más gana el presente, mi ahora en New York, porque aquí al menos me parece todo nuevo y sorprendente, una vida más excitante, y más lejos del arroyo en el que sería arrojado en España, el país del presidente que se esconde.

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