jueves, 20 de marzo de 2014

Mundo maquinal






En mitad de la nada, sin nada, en medio de una atmósfera extrañamente pesada, poblada de seres que hablaban en un lenguaje extraterrestre para los oídos de los hombres y mujeres que no habían sido desechados aún, sin lograr ni tan siquiera vislumbrar un atisbo del mensaje que pretenden transmitir, convirtiéndose en una estéril emisión de sonidos, que frustra cuanto más se prolonga, provocando una incómoda sensación en todas las partes implicadas. El dios-maquina, sonríe con satisfacción, dejando escapar un pequeño crujido, como un pequeño gruñido de placer. Las cosas se desarrollaban tal y como el había calculado, contemplaba con regocijo como los hombres, desesperados, intentaban entenderlo. El tan sólo quería ser adorado, no comprendido. Su tarea era una especie de pillaje y saqueo de mentes y consciencias, su objetivo ultimo era la conquista absoluta, la maquinización total de la tierra, y de los hombres que la poblaban, que habían sido la cúspide de los seres vivientes, llegando incluso a crearle a el. Una obra tan bien ejecutada, que logró superar a sus hacedores, amenazando su hegemonía y disputándoles el dominio y control de todas las cosas, incluido sus creadores, profanándoles su sangre. Para el dios-máquina, los humanos sólo eran forraje para el mantenimiento de sus múltiples vástagos, tarea que ellos mismos no podían llevar a cabo, pero algo sencillo para los humanos, que lo harían por ellos por su propia supervivencia, ya que dependían de ellos para poder vivir, y no podían romper ese círculo vicioso que los ataba a las máquinas vivientes a su pesar. Esas maquinas que habían fabricado y se habían convertido en los amos de la tierra, sin guerras ni violencia, pero fría y cruelmente.

El mundo del lenguaje electrónico en el que se comunicaban entre ellas,  como en otra terrorífica dimensión en la que un humano se perdía fácilmente. Humanos hastiados de tanto código y lenguaje maquinal, que se atragantaba en la sangre... y atascaba el organismo... colapsando las mentes que no están prevenidas para ello,  otorgando el control de todo a las máquinas que lo codiciaban con una infernal obsesión.

Pero había quien se resistía silenciosamente a complacer a las máquinas. Personas que recordaban un mundo diferente, no tan tecnologizado, cuando los humanos tenían nombre propio y no números de serie. Otros tiempos, pero no hacía demasiado tiempo, cuando la naturaleza volaba libre, y no había sido relegada a la mínima expresión. Había quien se resistía, pero ya era tarde, la tierra que pisaban era un terreno árido, y todo lo que les rodeaba era de metal y cables. Ellos fueron los culpables de su propia caída, lamentaban haber alentado y producido masivamente un exceso de tecnología que ahora lo dominaba y devoraba todo. Ahora sólo quedaba rememorar otros tiempos, y evadirse en su imaginación.

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