miércoles, 8 de octubre de 2014

Calcetines sucios y bombillas fundidas






Oigo el silbidito de mi móvil, ese que te avisa de las notificaciones pendientes. No me preocupo de mirarlo ni tan siquiera saco el telefono del bolsillo. Se que es un mensaje pùblicitario  de Vodafone o una jodida cadenita del Whatsapp, así que para que molestarse...

Así ha sido siempre mi vida, lo mío nunca llega. Ni lo que mejor se hacer, ni lo que me entusiasma. Sólo nimiedades remitidas por gente que adora las tonterías como a un dios. Siempre ha sido así, incluso antes de inventarse los móviles y ese tipo de cosas.

Siempre me ha faltado algo, una especie de fragmento para poder estar completo. Las pocas veces en las que he tenido delante la posibilidad de sentirme entero, esas ocasiones, se me escapan entre los dedos como entes gaseososos y burlones que se complacen en mi doloroso anhelo permanente que nunca se podrá satisfacer.

Intenté vivir de todas las formas que me dijeron que era posible y adecuado. Todos los trabajos recomendados, ingratos o no, los he realizado, pero siempre acababa fallando algo, a veces yo, a veces otras cosas. Se me acaban las profesiones en las que poder probar, y se me acaban las ganas de ponerme a ello otra vez...

Empiezo a experimentar una sensación que se parece peligrosamente a la desesperación. Si tuviera que hacer un recuento de todo lo que no funciona o funciona mal en mi propia vida, creo que no acabaría en años. Acabaría enseguida diciendo que es lo que sí funciona: Aún sigo con vida.

Puede parecer que todo esto que me pasa, lo que noto como encima de mi, sea cosa de ahora, de estos tiempos de crisis mundial. Pues si, pero a la vez no. Esto es algo recurrente. Desde siempre he tenido la sensación de que algo no acababa de encajar del todo. De que algo se cernía sobre mi vida, y en un momento indeterminado se abalanzaría sobre mi, especialmente en el momento más inoportuno que fuera posible.

Vamos a ver si consigo ordenar mi mente, y hacer un relato cronológico de esta triste trayectoria a la que llamo vida. Lo voy a intentar, en serio, me voy a esforzar en ello, pero a vez que es lo que sale finalmente. Las cosas nunca salen como uno tiene previsto, suelen salir muchísimo peor. Lo sé muy bien, mi experiencia en eso es larga.

Me llamo Iñigo, y esta que estoy a punto de contar, es la historia de mi penosa vida. Una vida en la que al contrario que muchos, no es tan luminosa ni brillante. Yo me muevo como por una habitación cuyas bombillas están fundidas. Un torpe caminar plagado de tropezones y con pocos pasos firmes...

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