miércoles, 9 de abril de 2014

Fragmentos de una vida un poco dispersa: Comer con las manos






Comer con las manos es para muchos un gran placer, una especie de retorno a lo primario. Desafortunadamente no es mi caso.

Cuando eres niño, no te importa pringarte las manos, y todo el cuerpo de barro, grasa, pintura, o lo que se ponga por delante. Pero esos años pasaron, y quizá es que con el tiempo me he ido volviendo un poco quisquilloso con algunas cosas, pero si puedo evitar mancharme las manos, mejor. En realidad, siempre procuro evitarlo. Por eso nunca como directamente con las manos, ni tan siquiera las cosas que se supone que pueden comerse con las manos. Tengo arraigado el pensamiento de que para todo existe un utensilio.

Soy un poco aprensivo con la cuestión de mancharme las manos, como puede apreciarse. La única sustancia que puede pringarme las manos sin darme repelús es la tinta, no se por qué. Pero me crispa sobremanera llenármelas de salsa, grasas, o sustancias pegajosas como la mermelada. Con las sustancias pegajosas mi manía llega a su máxima expresión. Pienso que esas cosas están para entrar en la boca, no para untarse las manos con ello. Es una sensación con la que no puedo sencillamente.

No es sólo porque haya algo en mi que rechaza eso. También, como ya he dicho anteriormente, existen utensilios para esos menesteres que ahorran el tener que pringarse las manos. Como ya no estamos en la prehistoria donde sin instrumento alguno no había otra que pringarse, prefiero servirme de diversos cubiertos, o incluso servilletas de papel si no hay otras opciones, para no tocar directamente el alimento.

Por si alguien se lo pregunta, si, lo he hecho. He llegado a comer donuts con cubiertos. Reíd lo que queráis pero es verdad, hay testigos directos. Donuts y otros alimentos, como carnes con hueso cuyo consumo con cubiertos es más trabajoso y lleva más tiempo, pero uno es como es. Es una cuestión personal, no  digo que los demás no lo hagan, simplemente yo no voy a hacerlo. Las pocas veces que lo he intentado, no he podido. Porque también es un hábito de higiene alimentaria particular, además de una manía peculiar, al menos así es como yo lo veo.

Se que quizá no debiera ser tan remilgado, como si yo fuese un marquesito de finales del siglo XIX, pero que le vamos a hacer, todos tenemos nuestras costumbres particulares, y no me sale de otra forma. Pudiera ser que este comportamiento mío con este asunto haya sido en la más tierna infancia,  cuando vi por televisión al monstruo de las galletas en acción, lo que presuntamente me causó un pequeño trauma, evitando comer igual que el durante el resto de mi vida.

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