viernes, 21 de febrero de 2014

Destellos en el parque







Salió de su pequeño cubículo, en el que se había despertado casi sin energías ese domingo de mañana. La mordiente ciudad estaba semidesierta, probablemente muchos de sus habitantes, debido a la tormenta etílica de la noche anterior, estarían padeciendo en la intimidad esa doliente desgracia denominada resaca.

Vagó sin un rumbo. No tenía demasiadas ganas de encerrarse en un local, quería disfrutar del sol y el aire, respirar. Recorrió las calles de la ciudad durante una media hora, encontrando ofensiva la cantidad de edificios y construcciones eficientes, pero sin alma ni vida. Semejante entorno le intranquilizaba. Dirigió sus pasos hacia el parque, sin pensarlo, de forma instintiva, como si su cuerpo supiera hacia donde ir, sin tener que consultarlo con el cerebro.

Tardo muy poco en llegar al parque, el pulmón que oxigenaba a la ciudad. Aquel parque, tenía varias entradas, y muchos caminitos y senderos, por entre las enormes zonas de hierba y árboles. Para ella, aquellos caminos eran como una metáfora de la propia vida, con varios itinerarios a elegir, con diversas salidas y resultados.

Pasó por entre un nutrido de viejos árboles, cuya visión destapó los recuerdos de todas las visitas anteriores. Se detuvo en el estanque, apoyada en la barandilla, contemplando los destellos del sol en el agua, mientras los patos nadaban alegremente. Los destellos tenían un efecto hipnótico en ella, podía quedarse allí durante todo el día. Dejó volar la mente hacia atrás en el tiempo, recordando los días de sonrisas infantiles en aquel lugar, que hacía mucho que no visitaba. Evocó el tacto de la arena, el olor a hierba recién cortada, y el rítmico sonido de los columpios al balancearse.

Se dejó invadir por un incontable cúmulo de sensaciones que no acertaba a identificar, pero que eran positivas. El sol bañaba su cuerpo con su cálida luz, devolviéndole las energías que había perdido al principio de aquel día. Respirando un aire de total pureza, sintió recargarse, sin dejar de contemplar los destellos del agua del estanque. En ese momento decidió pasar la mañana allí. Se compraría una revista y algo para comer, y disfrutaría sentada en un banco de la pequeña parcela de la naturaleza que se encontraba allí, acariciada por la brisa e iluminada por el sol. Ese mágico lugar que tanto bien le hacía, le había hecho siempre, con sus prodigiosos destellos, lugar en el que se prometió a si misma que volvería más a menudo, para abrazar al calidez de sus ayeres, y despojarse del vertiginoso ritmo del presente, reconciliandose con su propio espíritu, con el que había estado en conflicto.

1 comentario:

  1. Muchas veces necesitamos los destellos para continuar con la vida...

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