martes, 29 de octubre de 2013

Ante el reflejo



Alex se levantó de la cama  a eso de las nueve. Más que levantarse, se dejó caer de ella, como derramándose por el suelo de la habitación, envuelto en los ruidos que a esas horas ya hacían los vecinos de arriba.

Entró en el cuarto de baño sin encender la luz, vaciando sus líquidos sobrantes, acumulados durante la noche. Se tomó su tiempo, no había prisa, pues no le habían renovado el contrato en la tienda de ropa, de hecho, ya hacía un tiempo que deseaban deshacerse de él allí. No le gustaba el trabajo en aquel lugar, y eso se le notaba mucho.

No tenía la suficiente paciencia como para lidiar con lo que demandaba la clientela de aquel comercio. No era la persona que la directiva esperaba que fuese. A pesar de contar con una presencia más que aceptable, con su casi metro ochenta, y unos ojos azules que atraían la atención, le faltaba mucha mano izquierda y don de gentes, lo que provocó su forzada salida de la empresa tras un mal año.

Se sentía frustrado. Se giró, colocándose frente al espejo, mirando su propia imagen reflejada en la penumbra. Se contemplaba mientras pensaba en su más reciente fracaso, uno más para la colección, una cada vez más extensa colección de sinsabores. Desde allí, oía como la lluvia caía en la calle. Le dio sensación de frío, pero allí se quedó, descalzo, y con tan sólo unos calzoncillos rotos, como se sentía él.

Hacía un tiempo, unos cuantos años atrás, llegó a pensar que, de alguna manera, podría dejar su pequeña huella en el mundo, pero lo único que consiguió fue cosechar una muy larga lista de sobresaltos y disgustos, que a menudo salpicaban a quienes le rodeaban, tropiezo tras tropiezo. Su vida, para él, no tenía trascendencia alguna,cabría en un escueto usb de 2 Gb, y aún le sobraría muchísimo espacio. No había hecho nada relevante en toda su vida.

Parecía hacer siempre las cosas mal, estropeando todo en el momento más crucial. Era demasiado para él, demasiado. Esa mañana, como otras tantas veces, sentía que todo le pesaba mucho. En lugar de los 39 que tenía, notaba como si tuviese miles de años encima, años repletos de errores que no había parado de cometer, en lo profesional, y en lo personal, dejando un sabor amargo en el, y en los demás, aunque no lo pretendiera. Un payaso triste que estropeaba todo lo que tocaba. Se sentó en el retrete, sin poder dejar de mirarse, y ante la dolorosa futilidad de su vida, en la penumbra, rompió a llorar.

2 comentarios:

  1. Un poco triste .. Siempre se encuentra un motivo que marque tu vida ... Solo hace falta el momento oportuno y estar listo para ello .

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  2. Eres un buen escritor y concuerdo con el comentario de arriba, me habría gustado un giro más.... fascinante, creo.

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