miércoles, 14 de agosto de 2013

Siguiendo impulsos










Un pincho de tortilla, y una caña, eso el mayor deseo de ese momento  para Benito, tras una de esas jornadas de viernes en las que el amanecer le pilló en las calles, con una copa en la mano, y unas cuantas más en el cuerpo.

Recorrió calles de la ciudad por las que hacía mucho tiempo que no transitaba, en busca de algún lugar abierto en el que colmar su deseo, y sentarse un rato, pues notaba evaporarse, además de su borrachera, parte de sus fuerzas.

Encontró un local abierto, un local que recordó haber entrado por última vez hacía años, y sin titubear, se metió en el. No lo recordaba de esa manera, con una decoración presidida por el color blanco, y con unos detalles pseudo-minimalistas, y otras monerías. Lo recordaba más cutre, en general. Aunque...en espíritu lo continuaba siendo, a pesar de su fachada. El olor a fritanga, que lo inundaba todo como un intoxicante ambientador, apuntaba en esa dirección. También la clientela típica de vino tinto y fútbol, aunque sin fútbol a esas horas, era una buena pista. Para rematar, una estridente banda sonora consistente en una especie de reggaetón lisérgico, que tampoco ayudaba a reforzar la imagen que con la nueva decoración trataba de pescar nueva clientela.

Benito derivó su atención hacia la camarera. Era mona, pero al hablar con ella, se hizo patente que la pobre chica no había visto un libro en su vida, ni a kilómetros de distancia. Era como volver a las cavernas, comunicándose a través de guturales gruñidos.

La suma de todo eso, más la nauseabunda cerveza de barril de padres desconocidos que le sirvieron, sin gas, sin espuma, y sin gracia, fué demasiado para Benito, que en cuanto pudo, salió catapultado de aquel lugar, no estaba en forma para resistir tanta cutrez junta en ese momento.

Se encontraba ligeramente mareado, pero el aire de la mañana consiguió estabilizarlo. Su impulso había sido frustrado, pero sólo momentáneamente. Ya sabía exactamente a donde ir. En el Nexus, siempre era bien recibido. Irene, la camarera de aquel lugar y él, eran... muy amigos.

Le llevó un buen rato llegar hasta allí desde donde se encontraba, pero el paseo le sentó bien. Le parecía que casi se había recuperado del chubasco etílico que había estado absorbiendo por ahí.

Cuando al fín llegó, ahí estaba. Irene, con su pelo rubio platino, y su pícara sonrisa. Un ave madrugadora, un cliente de esos que parece que va a los bares a estudiarse los periódicos en su totalidad, abandonaba el local para, probablemente ir a otro bar y estudiarse otro periódico, para alimentarse de las desgracias y mentiras que tenían impresas. El lugar ahora era todo suyo, y de Irene, para disfrutar de su mutua compañía, y quizá de alguna que otra cosa más.

Ahora si podía saborear una caña tirada con ganas, y disfrutar de un pincho recién hecho, y de grata compañía, con el bar, la calle, y la ciudad para ellos sólos, en un día a unas horas en los que parecían ser los únicos habitantes de la misma.

Ella, le contaba sus sueños, unos sueños que iban mucho más allá del lugar en el que ahora se encontraban, con una fuerza que nadie supondría en aquella chica pequeña y delgada, de frágil aspecto, y ojos melancólicos. A ella le gustaba como era Benito, entre otras cosas porque siempre le decía las cosas de la forma más directa, y porque mientras su novio, familia y amigos siempre le decían "frenate", Benito siempre le decía "adelante, a toda máquina, inténtalo". Aquella ciudad, que casi era un pueblo, tenía una mentalidad encorsetada, pero Benito era el más atípico ser que había conocido, siempre hacía lo que le daba la gana, sin importarle lo más mínimo lo que pudiera pensar este o aquel.

Benito siempre le decía a Irene que los impulsos no eran para ser reprimidos, si no para ser seguidos, eran lo que diferenciaban a los seres vivos de las máquinas. Sin ellos, las personas serían robots, con una fría y mecánica existencia. No lograba entender, que la gente tratase de cohibirlos y ocultarlos.

Turbada por el efecto de sus palabras, y su pasión puesta en ellas, Irene se abalanzó sobre el, plantándole un gran beso, dejándose llevar por su propio impulso, impulso que el sabía, que podría llevarles una vez más, a encerrarse en el almacén durante un rato. Mientras tanto, continuó disfrutando del suyo propio, vaso en mano. Así era su vida, así era como el la entendía, y como la disfrutaba.


1 comentario:

  1. "LOS IMPULSOS NO SON PARA SER REPRIMIDOS ".
    Con tu permiso me la quedo.
    Sin freno ... Me gusta.
    Un saludo.

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