viernes, 26 de octubre de 2012

La reaparición de los ayeres





Muchas veces he oído eso de que el pasado nunca vuelve, pero nada más lejos de la realidad. En no pocas ocasiones, el pasado, no sólo vuelve con fuerza, sino que es una base sobre la que se fundamentan multitud de cosas.

Otra vez divagando, no sabría definir que fue lo que generó el fogonazo mental que me sobrevino, pero así es como sucedió. Atravesaba con paso tranquilo el parque de las Meanas, cuando recordé otros tiempos que había conocido aquel lugar, y como había llegado a ser anteriormente algo más que el cemento y agua estancada que es ahora. En otros tiempos, no demasiado lejanos, llegó a ser un verdadero parque, con zonas de hierba, setos, y auténticos columpios para niños de toda edad, al contrario de los actuales, tan solo para niños de hasta 4 años, niños de cristal, además por el exagerado acolchado del suelo.

Recuerdo con viveza como era ese parque, al igual que el del Carbayedo, en aquellos entrañables 80, con su pequeño quiosco, y su pequeño puesto de prensa, parque en el que jugar era una experiencia, y sin ningún tipo de aséptico acolchado, tan sólo el desnudo asfalto, y que se vivía con intensidad, con aquellos balancines en forma de pato, y de pez, que en estos tiempos serían considerados armas de destrucción masiva, por padres mojigatos que sólo permiten a sus hijos jugar entre algodones, para que al igual que ellos, lleguen a ser unos pusilánimes gazmoños. En esta vida es necesario encajar, y aprender a encajar, alguna que otra hostia, es primordial el saber hacerlo, porque es algo ineludible, tarde o temprano nos llevamos alguna.

 Y toda esta parrafada, por que? realmente no se porqué recuerdo tan nítidamente esos días así de repente, será uno de esos ataques introretrospectivos que le dan a uno después de los 30, quizá es que...

Quizá es que también uno piense que nos intentan tapar las cosas... como un intento de borrar las huellas visibles de nuestras vidas, de nuestra propia historia, de la de cada uno, historia sin la que probablemente no se podría explicar nuestro yo presente, que se compone de un extensísimo equipaje de entornos, pensamientos, y sensaciones vividas, con gran peso y cargado de significado para nosotros.

Decía, que nos intentar tapar eso, y de hecho, efectivamente lo hacen, modifican tanto innecesariamente nuestro entorno, que a menudo experimentamos una impresión de estar algo desubicados, y acabamos por no reconocer del todo los lugares que siempre conocimos, al menos estéticamente hablando. A primera vista, ya no es ni remotamente el que siempre conocimos, y hasta apreciamos.

Aunque por mucho que deformen la apariencia de las cosas, nuestro mismo alrededor, y borrar toda huella visible, queda la esencia de las cosas, que para nosotros son reconocibles instintivamente, sean o no visibles, las sentimos ahí todavía, pese a drásticos cambios nominales y de estética, son, para nosotros, intensamente tangibles, las solidificamos al instante con gran fuerza, habiendo sido delicadamente atesoradas en nuestra mente. Imágenes de parajes, personas y situaciones, una y otra vez rememorados, eternamente vivos para nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario