lunes, 27 de agosto de 2012

Perez Reverte, die Übermensch







Novelista, miembro de la Real Academia, y articulista, además de periodista, corresponsal de guerra en lugares como Bosnia, las Malvinas, Chad, Nicaragua, el Sáhara, etc. ha debido ver y vivir verdaderos horrores, por lo que pretende que nosotros paguemos por ello escupiéndonos su desprecio en la columna del panfleto dominical neocon en donde escribe como opinador profesional: El Semanal, tan sólo por no compartir su demente visión del mundo. Por que éste egocéntrico personaje arremete contra todo aquel que no comparta su obsoleta y cerril perspectiva, haciendo alarde de la sociopatía que le caracteriza. En su universo mental, vive en la época de su personaje estrella, Alatriste, esto es, en el siglo XVII,  y al que no le guste, tralla. El es, para sí mismo el superhombre de Nietzsche, el más listo, el más macho, el perfecto, el dotado con la ciencia infusa para hablar de todo,  sin fisuras, los demás sólo somos mierda, despojos.


No hace ni el más tímido intento de establecer empatía con nada ni con nadie, quizá su mesianismo no se lo permite, siempre a bofetadas con la sociedad actual, y el mundo que tan podrido e indigno le parece, criticando tanto  a la política en general, como a políticos concretos, a los que califica con epítetos como "perfecto mierda", tan sólo por poseer la característica humana de derramar unas lágrimas. O sus ataques a Anasagasti, al que le tiene no poca inquina. Oh, que casualidad que nunca embista tan abruptamente contra políticos de la más rancia ideología, quizá sea porque eso podría contravenir la línea editorial de sus amos del grupo vocento, tan monárquico, ultranacionalista español, y belicista, (no le daba asco todo eso?) donde cada domingo vomita una ración de veneno contra un grupo de la sociedad. Esperemos que se dé por contento con eso, y no se líe a mandobles y espadazos contra lo que no le agrade, es decir, contra todos los que no le hagamos la rosca, como realmente le gustaría, al estilo de su Alatriste de los cojones, y hacer una limpieza de sangre, quedando solamente los ejemplares de más arcaico pensamiento, él y los de su cuerda, si es que existe algún especimen más de semejantes características.



Lo peor es que tiene una legión de acérrimos seguidores que, en un extraño ejercicio de masoquismo autoflagelador,  le ríen la gracieta, aplauden sus machadas, y aún le jalean y animan a seguir con su cuartelero comportamiento, cual legionario de cantina  de otros peores tiempos, un comportamiento completamente inapropiado y deleznable para un hombre de letras.

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