jueves, 31 de julio de 2014

Cárcel exterior








-Llegó la hora- le dijo el guardia de la prisión.

Román entornó los ojos intentando ver  a través de la luz directa del sol. Un sol que vería a menudo ya fuera de aquellas murallas de piedra. Fuera de aquella cárcel en la que le habían arrojado.

Tenía apariencia de convicto, con su cabeza totalmente calva, sus dos metros, y su expresión hosca, como un Mr T de menor presupuesto pero de similares efectos demoledores. Con su aspecto intimidaba a  la gente, siempre había sido así. Tenían el convencimiento de que podría matarles con sus propias manos, y era cierto, por ese motivo  había estado en aquel infecto agujero durante seis largos años. Había matado a un hombre y había estado cerca de matar a otro sin mas armas que sus manos, aunque para el había sido por una buena causa, una causa en la que intervenía directamente la justicia natural, lo que no tenía que ver con ley alguna promulgada por ningún hombre.

Lo había hecho por una amiga, una buena amiga que lo estaba pasando muy mal. En su trabajo sufría acoso sexual por parte de su jefe directo. Un acoso que desemboco en algo mucho peor. En la cena de empresa de las navidades de hace seis años, ella lo llamó sollozando para que fuese a buscarla. Le dijo donde se encontraba y lo que le habían hecho. Román puso al máximo su coche  y en diez minutos estaba allí, en el mismo restaurante en donde se celebraba el evento, y donde se había consumado aquella atrocidad. El jefe de su amiga había utilizado un pequeño comedor que estaba en desuso para ello, y allí se los encontró Román. Lo vió todo, su amiga, sentada en el suelo con la ropa rota y deshecha en lágrimas con la cara amoratada, su jefe abrochandose el cinturón. Todo ello bajo la mirada del asistente del jefe de su amiga, que muy probablemente le daría una coartada. El jefe, mirando a su asistente, habló para todos los presentes:

-Los asuntos de la empresa, en la empresa se quedan, para que no haya consecuencias.

La velada amenaza fue el detonante para Román, después de eso no logró oír nada más, si es que alguien dijo algo. Una neblina roja sustituyó a su visión normal y se lanzó. Molió a golpes al jefe y a su pelota, les hizo papilla, y sólo paró cuando convirtió a aquellos supuestos hombres en guiñapos, trozos de carne ensangrentados. A partir de ahí todo sucedió a velocidad de vértigo. Media docena de policías reduciéndolo a porrazos, Un juicio rápido, y el ingreso en prisión, en donde para recibirlo le dieron una nueva manta de hostias, para que le quedara claro que su nuevo alojamiento no iba a ser un hotel, y para que se mentalizara de que el era suyo y podían hacerle lo que quisieran.

Esas mantas de hostias serían algo recurrentes, parecía que a esa gente le producía un placer morboso apalizar en grupo a un grandullón. Quizá por envidia de tamaño, que más daba. La cuestión es que el decidió no arredrarse, y no se quedaba atrás en cuanto a repartir golpes, que se le daba de miedo.Su tamaño y su fuerza, además de esa furia que le caracterizaba, fue lo que permitió su supervivencia allí, especialmente en los primeros tiempos, que fuera nuevo allí no significara que fuese dócil y manejable. Todos los demás reclusos captaron el mensaje, aunque de cuando en cuando había algún altercado que le permitía practicar. Román era la principal causa de estancia en la enfermería de la prisión, y muchos internos aprendieron por la vía dura a tener cuidado con lo que le decían y con las cosas que hacían, no fuese que desataran su furia y acabasen en la enfermería con los huesos molidos.

No se acordaba ya de el número de años que debía haber cumplido allí, no creía que fuesen sólo seis. Creía que le dejaban salir para ahorrar dinero en material médico. Era más barato deshacerse de él que mantenerlo allí más tiempo. Por el estupendo, ya había tenido bastante  de aquel nauseabundo lugar, ya había pasado encerrado seis años. Seis años apartado del tiempo y el espacio según lo veía él. Como haber estado en una dimensión distinta al resto del mundo. Eran muchas cosas sobre las que necesitaría ponerse al día.

Se dirigió a la parada del autobús que le llevaría a la ciudad, a su nuevo hogar por así llamarlo. Se subió y buscó un buen asiento cerca de la puerta de salida. Tardaría unos minutos en arrancar, hasta que se llenara. Pensó en que hacer, decidió que lo primero sería dormir en una cama de verdad, en su pequeño piso cerca de la casa de sus padres, en donde a partir de ahora cuidaría de su padre, enfermo terminal. Había pasado de mal hijo a guardián de su padre sin darse cuenta. Tendría que sacarse la cárcel de dentro y adaptarse a la vida que tendría ahora, aunque fuera de aquellos muros de piedra que había dejado atrás, todo era una prisión igualmente si  lo mirabas bien. La gente era prisionera en sus vidas  sin posibilidad de liberación ni fuga aunque no se dieran cuenta. Algunos prisioneros de su trabajo, que les impedían atender a su familia, y la mayoría prisioneros  de la sociedad, lo que implicaba abandonar sueños, para no sufrir el aislamiento como castigo en esa cárcel exterior que conformaba su entorno.

Con estos pensamientos se recostó en el asiento al ponerse en marcha el motor del autobús, mientras cerraba los ojos y buscaba en su mente una forma de reconstruir su interrumpida vida en una nueva cárcel de dimensiones infinitas.

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