Por primera vez en mucho tiempo, quizá años, Nuria tuvo que recurrir a la siesta, una costumbre que había abandonado junto a la niñez, para recobrar fuerzas.
No era algo que le provocase un gran entusiasmo, pero sentía que lo necesitaba. Hacía días que casi ni dormía, y a pesar de su determinación, le estaba pasando factura. Tenía los nervios erizados todo el tiempo. Tanto, que no pudo evitar gritarle a uno de los nuevos fichajes para su particular iniciativa, a raíz de un inocente comentario que logró encender su ateísmo militante.
Ante eso, optó por apartarse del resto de la gente, hasta que recuperase fuerzas y algo de paciencia. Se tomaría un día para ella sola, encerrada en su pequeña habitación, en una especie de cura de sueño improvisada, para no crispar demasiado el ambiente.
Se arrojó sobre la cama, y se dejó invadir por el sueño, rindiendose al fin a la sensación, sucumbiendo casi inmediatamente.
No pudo evitar soñar. En su sueño, sin saber el porqué, como a menudo sucede en ese onirico universo, sintiéndose flotar, recorrió el cielo, que estaba casi vacío, y en cuya entrada, vio como se cobraba una sustanciosa cuantía por poder entrar a tan selecto club, un club sólo para gente vip, los mismos privilegiados de la tierra. Explorando el lugar, observó al mismísimo dios, un viejo barbudo, que se sentaba en un sofá, y contemplaba en una multipantalla cómo la humanidad, sus juguetes, se afanaba torpemente en destruirse a sí misma, a golpes de misil, invasiones militares, jugarretas corporativas, y otras atrocidades. Dios, se carcajeaba de todo aquel espectáculo, mientras degustaba un cocktail celestial tras otro.
Justo cuando Nuria iba a acercarse al barbudo personaje, sintió como caía, llegando al infierno, y viendo a una gran multitud apiñada, casi sin espacio vital para poder moverse. Un poco más allá, en un raído sillón, el diablo, parecía compartir parte de la desesperación imperante, proveniente de la gente que allí se amontonaba. Gente que vivía en callejones sin salida, sin opciones, y era arrojada al pozo, por errores que todos cometían. Su mayor pecado era el de pertenecer a las clases obreras, con pocos o ningún recurso, excluidos, despreciados, y catapultados a una desgarrada existencia.
Nuria despertó, se sentó en la cama y consultó el reloj. Habían pasado unas seis horas. Pensó en su sueño, había sido muy revelador, e incluso en cierto modo, inspirador. Le surgió una idea. Iba a llevar a las puertas del infierno a aquellos que querían comprar su parcela de cielo. Devolver el daño causado por los bravucones a los que les sobraba tanto el dinero, como la arrogancia. Había que hacerles paladear el amargo sabor de la angustia. Muy pronto.
Definitivamente se me va la cabeza pensando lo que se le ocurriría hacer a Nuria.
ResponderEliminarGracias Javier!