El terror blanco, ese monstruo que siempre escudriña para irrumpir sorpresivamente, y lanzarse a nuestro cuello, paralizándonos, bloqueando nuestras ideas por un tiempo. Esa bestia, un ente etéreo, pero real, que de cuando en cuando aprovecha cualquier recoveco, y se apodera de nosotros en mayor o menor medida.
Siempre estamos en peligro de caer en sus garras. Siempre acecha, y lanza su ataque en el momento más inesperado. Te encuentras caminando por la calle, o tomándote algo, o charlando con un amigo, y te viene una idea, que crees que va a continuar ahí, pero la bestia se alimenta de eso, devora las ideas, y es astuta y sutil, pues cuando llega el crucial momento de plasmar tus ideas, el terror blanco te invade, se apodera de ti, y te nubla, te bloquea las mente, dejando una gris neblina en en lugar donde estaban las ideas. Una sensación harto frustrante mientras dura, dando la sensación de que nunca podremos librarnos de ello, y nos consume el tiempo, aplazando la tarea de materializar las ideas.
Para contrarrestar su nefasta influencia, nos centramos en otras cosas, cosas que pudieran servirnos para exorcizar a la bestia. Salimos a tomar el aire, despejar la mente, encendemos un cigarrillo, charlamos por teléfono un rato, pero nada, el terror blanco continúa ahí, y las musas parecen haber sido desahuciadas de tu vida sin retorno. Todo es una distracción que nos aleja de lo que queremos, y la bestia parece fortalecerse con ello. Frustración, sensación de ser su eterno prisionero, su rehén permanente.
Pasa el tiempo y la situación parece eternizarse, hasta que llega un momento, en que la bestia, confiada en exceso, descuida el control, y se encuentra con lo que es su perdición, con un libro entre las manos viene el chispazo a la mente, el chispazo liberador con el que se recuperan todos los detalles de la ideas que se creían perdidas, y enriquecidos con nuevos matices. Entonces es el momento en el que se comprende que esa es la mayor de las armas, el libro y la pluma. Blocs, lápices, bolígrafos, servilletas de papel, en esta guerra todo vale, no hay tregua. Eso es lo que nos hace plantar cara y vencer al terror blanco que nos había sometido, y que nunca hay que dejar de luchar, batallar en una eterna guerra contra el terror blanco, escribir, lo que sea y donde sea, para mantener al monstruo a raya, escribir, garabatear e incluso dibujar monigotes es un primer paso para ganarle las batallas, es la terapia y la vacuna contra la neblina gris de vacío que nos inocula la bestia, el terror blanco que siempre acecha entre las sombras.
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