Ultimamente
me muevo mucho por lugares de la ciudad que existen desde al menos
tanto tiempo como yo mismo, incluso los que están antes de que yo
existiera. Una especie de ataques retrospectivos en los que me meto
por parajes que siempre conocí, quizá aguijoneado por una especie
de preludio de crisis de los cuarenta, que no debería tocarme hasta
dentro de unos años. Puede que sea eso, que se anticipe, o quizá se
deba a cualquier otra cosa que desconozco.
Lo
que si se es que es un algo casi tangible, una sensación que alcanza
hasta en los huesos. La ultrarubia y ultradelgada camarera que
atiende mi necesidad vital de cafeína no parece estar aquejada de la
misma sensación, ocupada como está en sus tareas a velocidad de
vértigo. Y no sólo por eso, parece tener unos veintipocos años,
así que aún esta lejos de divagar de esta forma sobre el camino
sobre el que anda. Por suerte, no se ha dirigido a mi tratándome de
usted, lo que estoy seguro de que me fulminaría en el acto en este
momento.
El
lugar en el que me encuentro es un local superviviente de finales de
los 70, si es que no es anterior, y excepto por nimios detalles
prácticos casi toda la decoración, y todo el mobiliario es de esa
época. Madera y metal moldeado en las formas de una época
determinada y bien conocida. No entraba en este lugar desde hacía
mucho, la sensación anteriormente descrita debió de dirigir mis
pasos hacia aquí. En un rincón en el que se respira aires de otros
tiempos. Por lo que veo a mi alrededor soy el único cliente que aún
está en edad laborable, aunque con las reformas legislativas nunca
se sabe.
En
un fugaz ataque de pragmatismo, me pregunto si debería soltar aquí
mi propaganda de copywriter de rudimentaria elaboración, pero
enseguida se me pasa, especialmente porque no la llevo encima en este
momento, ligero de equipaje como salí a la calle. Me dejo envolver
por la nostalginube que llevo encima, y pienso en otros días
soleados en los mismos pero diferentes parques de la ciudad, los
pequeños quioscos de prensa que ya no se ven, los envases
retornables, y el color, el verdadero color, uno que rebosaba esta
población en aquellos diferentes días. Color que no llegaba a tapar
ni la polución que emanaba de las metalúrgicas que funcionaban a
todo meter en esos días. Colores intensos y de brillo propio, que no
necesitaba reclamos. Una época de la ciudad sobre la que me pregunto
a menudo, y que me da la impresión de que no le preocupa a casi
nadie, si exceptuamos al cronista de la ciudad. Quizá me ponga en
contacto con ella, para satisfacer las preguntas sin respuesta que
periódicamente le lanzo al aire.
Hay
mucho que quiero saber, no me es suficiente con lo que veo a la
primera mirada, quiero más. Lo quiero todo, si es posible, acerca
del lugar en el que transito habitualmente, no me basta con haber
nacido aquí, quiero todos sus secretos, esos que se ocultan tras la
fachada de la ciudad y que permiten conocerla de verdad. Y pronto, pues tengo otros lugares a los que ir, nuevos rincones que conocer y recorrer.
¿Te ocurre el fenómeno de ir saltando de recuerdos de año en año, regresando de pronto al presente como si alguien te despertase de un sueño?
ResponderEliminarFrecuentemente me sucede, y cuando menos lo espero.
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