Amorfos charcos en el suelo devolviendo el distorsionado reflejo de los numerosos transeúntes en una semisilenciosa y calurosa noche.
Fantasmagóricas luces de inexistentes colores, como iluminación decadente en la oscuridad nocturna.
Noctámbulos irreductibles dirigiéndose a su retiro, para reposar su etílica y psicoactiva carga. Yacientes humanos gimiendo y roncando en diferentes puntos, con su sonido apenas amortiguado por las delgadas paredes interiores.
Algunos, desde sus lechos, sin poder dormir, oyen sonidos imperceptibles durante el día. No son ruidos propios de ninguna persona, no vienen del interior de los edificios en los que a menudo se hacinan. Ese sonido viene del exterior, de las calles, es la misma ciudad, cobrando vida en lo hondo de la noche. En su propia lengua, llama a los habitantes de la misma para que salgan a reunirse con ella, para que jueguen y la recorran, para que lloren y sangren por ella.
Les llama, L.A quiere su tributo, ser contemplada y admirada, recorrida, abriendo sus rincones desconocidos. Hace guiños cómplices por medio de las farolas y los neones, reflejándolos en los cristales de los escaparates.
L.A quiere que vean su yo más íntimo, que sean sus profetas en los callejones, quiere que se enamoren de ella, relacionarse íntimamente. Por ese motivo, todas las noches emite su cántico de cortejo, dispuesta a enseñar todas sus intimidades, sin tabúes, para ser deseada, comprendida, y amada con ardor y sin contención.
Una vez que se oye el cántico, ya nada es lo mismo, nunca pueden volver a resistírsele, y se sustraen a el. Cuando lo oyen, sus vidas se transforman allí, comienzan a verla de un modo completamente nuevo, e inician una tórrida relación con ella, sin condiciones. A cambio, ella, L.A, les protege y les susurra suave, pero provocativamente, sus secretos más sonrojantes.
Quien puede resistirse a la fogosa ciudad nocturna, por tan sólo unas míseras horas de sueño?
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