lunes, 24 de febrero de 2014
El mundo de Diego
El último underground vivo. El eterno poeta frustrado que aún persigue la belleza en un feo mundo. El que el amor no pudo salvar de su existencia en una cortante vida. El hombre fuera de su tiempo, con un mundo propio y vivo. un peculiar y excéntrico personaje.
Aquellos quienes lo conocían, se sorprendían aún de verlo reir. A menudo su estado de ánimo era un lugar intermedio entre la ira y el humor. Con sus gracias punzantes, Diego sabía que tenia el tiempo a favor y en contra a la vez, con el hoy sobrado de horas, y el tiempo total reduciéndosele cruelmente.
Su edad era un enigma, aunque parecía tener unos 40 más o menos, con una estética que conducía a pensar que era una especie de motorista de los viejos tiempos, con su pelo largo y barba de color castaño, todo en el parecía provenir de décadas atrás, y de un lugar misterioso. Con la ropa arrugada y a su aire, se le podía ver con rostro pensativo, con su mente fijada a algún momento indeterminado de la eternidad, que no era el momento presente, quizá pensando en una época en la que la tierra era nueva, y aún no había sido degradada por la acción del ser humano.
Cuando hablaba con alguien, en ocasiones sus ojos grises centelleaban con un fugaz brillo, una especie de tristeza en la mirada, que buscaba incesantemente algo que la apagase, un algo que aún no había encontrado, y que quizá sencillamente no existía, atrapado en un caótico revoltijo de pensamientos. Especialista en quemar puentes, y emprenderla a hostias con la impracticable vida de los últimos tiempos.
A Diego, como a muchos otros, la vida le había ametrallado, pero en su caso de un modo particular, y no quería dejar ver nunca el rastro de los balazos recibidos. No revelaba mucho acerca de sus anhelos. A menudo incurría en obstinados silencios, que con cierta atención, tenían un significado propio, en una especie de atávico lenguaje secreto y silencioso.
Se sabía que anteriormente había trabajado para el estado, pero que un día, dejó sin más, siendo el quizá el único que recordase los verdaderos motivos de su marcha. Se fue, vendió su casa, y tomo un camino, lanzándose tras algo.
En muchas ocasiones era verdaderamente irritante y muy poco comunicativo, por lo que rara vez encontraba quien quisiera acompañarlo en su camino.
"Soy negro y estoy orgulloso !", decía más de una vez, pues se sabía que subsistía como negro literario, ya que no le era posible vivir de su poesía irreverente, aunque seguía intentándolo publicando en revistas y fanzines. Era ya el último bastión contracultural, especialmente comparado con el resto de la sociedad actual. Sociedad que el siempre indicaba que se deslizaba al declive total, se caía rápidamente. Lo decía claramente, que todo a su alrededor se estaba hundiendo en el barro, aunque la mayoría se comportaba como si nada ocurriese, fabricando vanos planes a largo plazo, que jamás podrían realizarse.
Huía frecuentemente de esta realidad, ayudandose del alcohol. Trasegaba cerveza sin piedad, desplazandose de este mundo al suyo propio con rapidez y en profundidad, era su combustible para viajar entre mundos.
Podía ser encantador, las escasas ocasiones en las que le apetecía serlo, impertinente, o exasperante en extremo, con su repentina risa sin explicación posterior, cuyo verdadero significado quedaba en suspenso.
Con su errático caminar, podía vérsele atravesar las calles, en una ocasión incluso con heridas y moratones aquella vez que se tiró de un coche en marcha, sólo por experimentar lo que se sentía, sin más razón que su propia apetencia.
Su modo de vida era reiteradamente criticado por sus conocidos. Casi siempre abstraído, excepto cuando perdía la paciencia y se negaba escuchar cualquier voz que no fuese la suya, porque el tenía algo que expresar que iba más allá de las conversaciones-fórmula. Le irritaba que alguien le abordase con un tema banal.
Basaba su vivir en el ser, en lugar del parecer, por lo que vivía con lo justo en su pequeño piso alquilado, que contenía lo mínimo para llevar adelante una vida digna de un ser humano, pero sin ningún objeto superfluo de los que todos acumula en sus casa. Procuraba utilizar la mínima energía para vivir, no sólo por ahorro, también por costumbre, nada de ordenadores ni teléfonos fijos ni móviles, vivía como en los 60-70, ni siquiera tenía televisor, sólo una pequeña radio, con casi tantos años de existencia como el mismo. Los mínimo electrodomésticos para la supervivencia urbana, lavadora, cocina y nevera, nada más. El único lujo que se permitía era un viejo tocadiscos en el que escuchaba vinilos de décadas pasadas, preferentemente álbumes de psicodelia, y viejos hitos del jazz.
A veces ocurría que simplemente desaparecía, durante semanas. Nadie sabía adonde iba ni de que manera, pues no tenía coche propio. Se iba, sin más, y de igual forma reaparecía como si nada. Nadie supo nunca la respuesta, a pesar de los esfuerzos por sonsacarle.
Quizá fuese simplemente por sacudirse de encima algo de la melancolía que la ciudad le generaba. Tenía una relación de amor-odio con aquel lugar. Había nacido allí, pero no estaba del todo cómodo, esa ciudad contenía cosas que le disgustaban e inquietaban. Para el. aquel lugar era sólo un pequeño ejemplo del todo que se sumía en un profundo abismo, dejando sólo la nada, aquello contra lo que el luchaba.
Tras una de sus desapariciones instantáneas, ya no se le volvió a ver. Quizá es que hubiese cedido finalmente a la desazón que la ciudad le producía, y vivía ahora en otro lugar, lejos de allí. O puede que se hubiera esfumado en una de sus frecuentes ensoñaciones, tragado por su propio mundo, el que el había creado, un mundo a su medida, mucho menos hiriente que aquel en el que le había tocado vivir, el que todos compartimos.
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Qué personaje más interesante ese Diego (por su forma de actuar y de ver el mundo) y qué bien narrada está su descripción. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMuchas gracias. Me vino a la cabeza de pronto, sin saber de donde procedía, aunque ahí está. Un saludo!
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