sábado, 30 de noviembre de 2013

Reclusión en el imperio de la führer Merkel





En el peor agujero de Europa, Eliseth se sentía fuera de lugar, por utilizar un termino suave.

llevaba allí más de un año, y cada día que pasaba, pensaba en largarse a la primera oportunidad de aquel estercolero por el que había dejado su propia casa.

Ella era una profesional de los mejores  en su campo, la enseñanza, así como también de otros muchos en los que pusiera su mente a trabajar. Era una chica brillante, su refulgente mirada, así lo evidenciaba.

Aquella mañana se levantó con pocas ganas de tener que soportar a aquellos arrogantes comesalchichas, que miraban por encima del hombro a todo aquel que no fuese completamente alemán. Había algo en los genes de aquellos seres, que les impelía a intentar pisotear y dominar a los demás, reminiscencias de lo más oscuro de su historia, quizá aquellos tenebrosos años 30, que aún perduraba solapadamente en aquel pueblo.

Siempre dirigiéndose a ella con aires de superioridad, por su largo pelo negro, sus ojos oscuros, y su estatura, características poco acordes con los estándares germánicos, aunque ella poseía mucho más carácter y personalidad que todos aquellos presuntuosos y reprimidos gilipollas, que aparentaban rectitud, hasta que creían no ser vistos, abandonandose con extrema voracidad a todos los vicios y perversiones existentes.

Eliseth, tuvo también que aprender aquel dificultoso y feo idioma, que recordaba a los guturales gruñidos de la era de las cavernas, lo que consideraba adecuado para aquellos espantosos simulacros de seres humanos.

Se reía con los medios de comunicación de España que llegaban a sus manos, que alababa un día tras otro a Alemania, y hacía reverencias sobre los puestos de trabajo que ofrecía a españoles. Reía porque esos medios omitían lo más importante, que era que los alemanes, como buenos xenófobos lo único que pretendían era que los extranjeros se deslomaran por ellos, coger mano de obra barata para sobreexplotarla con un  ruinoso sueldo, hasta que terminaban de exprimirlos, para luego tirarlos.

Era consciente de la situación que realmente vivían casi todos desde que habían dado con sus huesos en aquel país, un nefasto día de sus vidas. Aunque como siempre, había alguna excepción, como el converso con el que tenía la mala fortuna de convivir. Pepe, su compañero de piso, un orondo treintañero que desearía ser alemán, pero que por mucho que hiciera la rosca a los cabezas cuadradas, estos jamás dejarían de verlo como a un extranjero, un ciudadano de segunda. Le frustraba no conseguirlo ni adoptando las peores costumbres germanas, como la de ser un asiduo usuario del lenocinio.

Cada día era peor que el anterior. Eliseth estaba doblemente a disgusto, por un lado, en su trabajo, por otro, en su casa, que empezaba a haber mal ambiente. Pepe tenía el convencimiento de que su titulación le otorgaba automáticamente la posesión de la verdad absoluta, poniéndose como ejemplo de constante virtud, cosa que sería factible si no fuese por su afición a la mentira, el insulto, la manipulación, y últimamente, el acoso, aunque como buen ultracatólico, tan sólo tenía que confesarse y ya, vuelta a empezar, a girar la rueda del vicio y los malos modos.

Para Eliseth, el ambiente allí era de una alarmante toxicidad. Estaba realmente harta de todo aquello, quería volver a tener una vida, algo más que trabajar hasta la extenuación, y en casa, dormir, no sin antes soportar las embestidas de su demencial compañero.

Eso era vivir? Calles desiertas con un más que frío clima, y una gente agresivamente gélida. Permanecer allí, le estaba empezando a pasar factura, se estaba dejando la salud en tan inhóspito lugar.

Si regresaba a España, pensaba, la caza de un trabajo sería algo más complicado. Pero aún era joven, y si lo que quería era tener una vida, su permanencia en Alemania, debía concluir.

Decidió en un segundo. Decidió a favor de su propia vida. A tomar por el culo todo aquello. Quería el sol, acariciando su piel, ver vida en las calles, sentir la piel amada. Adiós a aquella maldita tumba de hielo.

Pronto dejaría de tener que soportar hijoputeces de todos aquellos individuos. Volvería a la tierra que la estaba llamando. Su verdadero hogar le esperaba, para darle cariñosamente la bienvenida.

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