Antonio Cano, de 49 años, no había tenido una mala vida, no pasaba necesidades, ni experimentaba grandes cambios en su vida. Y ese, era precisamente su problema. Casado desde hacía 22 años, y trabajando desde hacía 28, para él, todos los días eran exactamente iguales. Todos parecían ser el mismo. Le daba la impresión de estar condenado a una sucesión sin fin de días clónicos, y tremendamente aburridos.
Todos los días se levantaba a las ocho, se vestía y desayunaba, para coger el coche e ir al trabajo, a la tediosa labor de hacer números en el departamento de contabilidad de una empresa de aparatos electrónicos. Todos los días salía a las tres, volvía a casa a comer, echaba la siesta, y en la tarde-noche, salía con su señora a tomar un café, para volver a casa, cenar, irse a dormir, y vuelta a empezar al día siguiente, lo mismo otra vez.
Los fines de semana, también eran completamente iguales. Los sábados, con su mujer, al cine, y los domingos, comida familiar con sus hijos. Se sabía de memoria el protocolo, todo era siempre igual.
En una de las tardes de café con su mujer, observaba al resto de la gente que poblaba el bar en el que estaban. El resto de la gente parecía contenta con su vida, una vida similar a la suya, una vida rutinaria. Vidas monótonas y ordenadas hasta el asco, acogidos a una sensación de seguridad en la que tomar riesgos era un anatema. Todos ellos prisioneros de un mecanismo en el que ellos mismos quisieron meterse por su propio pie, y ya no iban a salir. Estudiar, colocarse en un buen puesto, comprar un piso, casarse, tener hijos, y esperar la jubilación. Parecía no haber nada más, y menos rondando la cincuentena.
Salió del bar, del brazo de su esposa, intentando recordar si alguna vez tuvo sueños, o el impulso de hacer algo distinto, de arriesgarse lanzándose a la aventura. Si alguna vez los tuvo, no pudo recordarlo. Lo dejó correr, todo aquello debía ser debido a la crisis de los cincuenta, que en tres semanas le llegarían. Había que conformarse, era el precio de la estabilidad, pensaba intentando consolarse de alguna manera y acallar esa inquietud de los últimos días.
El matrimonio se tropezó con un viejo amigo, a un par de calles de su casa, y se saludaron con efusión.
-Hombre, Vicente, cuanto tiempo!
-Que tal, Antonio?
-Bueno, bien... Tirando, como siempre.
Hacía bastantes días que no tenía tiempo de disfrutar de tus historias...crean adicción (que lo sepas) y son un auténtico placer para los sentidos, tu forma de escribir cada vez es más precisa, más interesante y más necesaria.Gracias.
ResponderEliminarfdo: Un poquito de fuego
:( por desgracia la mayoria de nosotros tenemos que vivir esa vida porque "así es lo correcto"
ResponderEliminarMe gustó tu relato, todos queremos salir de la rutina y disfrutar de la vida. Yo no soy nada materialista, pero sin dinero no puedes hacer muchas cosas, no puedes ir a visitar el mundo o hacer locuras, porque no te lo permites. Y al ser pobre... sigues con tu cruz: vas al trabajo-casa-trabajo-casa y asi. Eso si tienes la suerte de tener un trabajo...
Pero de vez en cuando deberiamos decir STOP, tomar unos días de vacaciones e irnos a hacer algo diferente.
Tu relato es para reflexionar, asi que lo voy a compartir, me gustó mucho. Un abrazo.