miércoles, 5 de junio de 2013

Algo parecido a la suerte







Como era calvo, se cortaba el pelo lo más que podía, evitando el peinado descapotable,  como era un apóstata del afeitado, se pasaba la máquina de cortar el pelo por la cara cada dos semanas más o menos. No quería detenerse en nimiedades como la del envoltorio, que otros cultivaban obsesivamente hasta provocar el vómito ajeno, quien quisiera ver más allá de su raída gabardina y su mirad huraña, podía hacerlo, si le daba la gana. Ya tenía 35 años, y no tenía ganas de hacer el gilipollas, al menos no de esa manera. Se llamaba Jorge, pero no iba a decirte su nombre por las buenas, y ese día mucho menos.

En la ciudad en la que vivía, la suerte podía ser un factor decisivo. Tan sólo salir a la calle, era un juego de azar, aunque alguno aducirían motivos tales como la densidad de la población, o por las peculiares maneras de cada uno, o quizá por la neurosis de la vida en entornos urbanos, pero Jorge sabía que tras todo ello, estaba la suerte, o más concretamente, una mezcla de suerte, y mala sombra, en la que el simple hecho de salir, y desplazarse al trabajo, ir de compras, o ir a por tabaco, era aventurarse a ser cosido a puñaladas, o que te alcance una lluvia de plomo

Esa suerte, esa buena fortuna, que era tan caprichosa, y tan aleatoria. La dama de la suerte, o la Diosa Fortuna, esa que siempre cambiaba de acera al verle, y que nunca le había tocado. Hubo un tiempo en que no creía en eso, sabedor de que tenía otras muchas habilidades, pero a pesar de sus habilidades, nunca conseguía lo que precisaba, en favor de otros, cuya falta de talento era insultante. 

Sonaba un revoltijo de canciones de Bob Dylan y Johnny Cash, que compensaban la tortura de la canción anterior que había tenido que tragarse al llegar al bar, una mierda de canción de los Abba. El efecto terapéutico de Cash y Dylan era tal, que incluso hizo que su dolor de cabeza se le pasase parcialmente.

Una vez instalado en la barra, pidió un café, por costumbre, y porque posiblemente no sería adecuado en aquel lugar pedirse un vaso de cianuro con hielo. Cuando le dolía la cabeza, se ponía así de impertinente consigo mismo, no lo podía remediar, así era, y así era como su vida funcionaba... o como no funcionaba, quien sabe, no esta claro.

Y es que ese era uno de esos días en los que todo se le encadenaba, el dolor de cabeza, los fantasmas de sus relaciones perdidas, que de vez en cuando se le aparecían para atormentarle, y sobre todo, la sensación de ser un boxeador inexperto y exhausto, a punto de recibir la gran hostia, esa hostia que te tumba sin remedio y te deja K.O en el combate de la vida.

En esa maldita ciudad, incluso la suerte estaba monopolizada por la mafia local, si no eras de los suyos, o les servías, tenías que conformarte con el sucedáneo del que Jorge disfrutaba. Jorge pensó en hacer un largo viaje, en el que poder desentumecer su oxidada existencia. Era hora de ver otros lugares, y dejar de respirar el óxido nitroso de aquel maldito lugar, necesitaba oxígeno, la vida allí estaba asfixiando su existencia. Dejar la ciudad para comenzar a vivir de verdad, para tener una cita, aunque sólo fuese una, con la diosa Fortuna.





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