jueves, 9 de mayo de 2013
Entre dos pisos
Un día más, de una semana cualquiera, o al menos eso era lo que yo tenía previsto para ese día, arrastrado por la rutina cotidiana, esa que seguimos automáticamente, hasta que una pequeña variable rompió el ciclo.
Ya llegaba a casa, tras una pequeña incursión en la biblioteca municipal, en la que siempre pierdo la noción del tiempo, huyendo de la persistente lluvia con mi botín literario, que me perseguía, habiéndome pillado desprevenido y desarmado, sin un paraguas a mano. En un rápido movimiento, ya me encontraba en el interior del portal, dejando cerrarse la puerta tras de mi. Ya en territorio seco, a través del cristal, le dediqué a la inoportuna lluvia uno de mis mas sentidas imprecaciones.
Ya estaba llegando, subiendo los escalones que reducían cada vez más la ya escasa distancia con el punto de destino deseado, mi casa, y con ello, un café y un cigarrillo. Una mirada al buzón, para comprobar que los repartidores de publicidad no descansaban un momento, estaba lleno de ofertas de empresas que compran oro, siniestras operadoras telefónicas, y demás gente de mal vivir.
Llamé al ascensor, que estaba en el último piso, como de costumbre. La impaciencia me invadía, quería desvirgar aquellos libros cuanto antes. Después de lo que me parecía demasiado tiempo, llegó, introduciéndome en el, y pulsando el botón correspondiente. Ya nada podía frenarme, pero... Al ascensor sí.
Me quedé entre el tercer y cuarto piso, y la alarma del ascensor hacía semanas que no se oía, menos mal que no soy claustrofóbico, ni nada por el estilo. Así estuve por el espacio de una hora, hasta que un vecino, al intentar llamarlo, vio que el ascensor no iba, un aviso al presidente de la comunidad, le dió a la llave del ascensor, y solucionado.
Y yo mientras tanto, ajeno a todo ello, y como ya no tenía prisa ninguna, ni ganas de desgañitarme gritando ni golpeando las puertas, me puse a leer allí mismo, tranquilamente. Había luz, estaba en silencio, tranquilo, me había quedado allí yo solo, y no con ningún vecino peñazo, de modo que... que otra cosa iba a hacer, chillar como un desesperado? Ya sabía que antes o después iba a poder salir, así que, mientras tanto, a disfrutar de la lectura. Lo único malo es que todo el rato tuve que estar de pie. En la próxima reunión de la comunidad de vecinos, propondré que se instale algún asiento en el ascensor.
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Jajaja!! y menos mal que no te quedaste encerrado con el típico vecino que comenta algo sobre el tiempo, y lo del asiento, ya puestos a exigir, que sea cómodo.
ResponderEliminarSaludos, Mónica