En estos días de Mayo, ya puede atisbarse su proximidad, y se olfatean efluvios de verano, la ropa comienza a no hacer tanta falta, o más bien a sobrar, empiezan a apetecer cafés sólos con hielo, en lugar de cortados hirvientes, y las calles comienzan a llenarse de turistas y visitantes curiosos, a la vez que las terrazas de los bares empiezan a repoblarse de sus habitantes, los mismos a los que los lluviosos días empujaron a abandonar la silla en tan estratégico emplazamiento.
Son días de brisa y sol, en el que los parques son punto de reunión habitual, en el que uno se deja mecer por los añorados y cálidos rayos, tan deseados por aquí últimamente. Un placer atemporal, común a todas las épocas en las que uno se abandona a la calma, disfrutando de la apasionante lectura de un libro, apostado en un banco, con la vista infinitamente agradecida por la luz natural, tan acostumbrada a iluminaciones electrónicas, y el cuerpo, en su conjunto también lo agradece, aprisionado en la época invernal.
Aun estaremos unos días en la antesala del verano, pero ya notamos algo de la euforia que se experimenta en esa estación, es la estación en la que se manifiesta la fascinación y el regocijo por la vida.
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