viernes, 11 de abril de 2014
Crónicas de Julio Arias: Abrasador-2
Julio intuía que tenía poco tiempo antes de que quien hubiera intentado liquidarlo supiera que había fallado estrepitosamente, si es que no lo sabía ya. Haría su jugada muy rápidamente.
Pasó por la redacción a primerísima hora para revisar lo que había escrito la infernal noche anterior. Su texto continuaba allí. El asesino estaba tan ansioso de hacerlo desaparecer a él, que no había reparado en lo que estaba escribiendo. En aquel texto tenía material suficiente para cubrir un día más, pero fue en busca de otra fuente de información para evitar que el maniaco se escurriera tanto de su pluma, como de la justicia.
Fue a toda prisa a la comisaría, para que su amigo el inspector Pons le permitiera echar un ojo a los informes policiales referentes al tema. Pons tenía una mueca de cansancio perpetuo tras el gran bigote que portaba, junto a las numerosas canas que invadían su cabeza, lo que le hacía parecer diez o quince años mayor de lo que en realidad era, unos 42. Tras los saludos iniciales, y las irónicas puyitas entre los dos, Julio encontró nuevos datos. El combustible utilizado en los escenarios de los crímenes eran de líquido inflamable de uso doméstico, los análisis de los residuos encontrados revelaban que era el derivado de gasolina utilizado para recargar los mecheros tipo Zippo, de venta en cualquier estanco. También descubrió que tres de las víctimas habían interpuesto denuncias por acoso hacia la misma persona, lo que hacía afinar mucho más la búsqueda a la policía, y a él le ponían en bandeja un nuevo artículo.
-Oye Pons, habéis investigado al tipo que denunciaron las víctimas?
-En su momento se tomaron las medidas adecuadas, pero no hay pruebas que determinen la relación entre los dos sucesos.
-Pues sería conveniente el asegurarse, no te parece?
-Mira, Julio, te digo yo como debes escribir tus artículos? Pues no me toques las pelotas!
Julio sonrió, Pons siempre picaba y se enfurruñaba, pero sabía que tenía razón. La policía no investigaba con suficiente profundidad en muchos casos como aquel. Un caso que hablaba a gritos sobre quien era culpable. Y cuando investigaba, aunque estuviera todo claro, no se podía actuar por falta de pruebas tangibles. Se contuvo de seguir pinchando a Pons, no fuera que un día se cabrease de verdad y le cortase el grifo de la información que podía ofrecerle en ese y otros futuros casos. Mediante Pons supo que la persona a la que habían denunciado se llamaba Norberto Bermudez. Norberto era una auténtica joya de persona. Soltero de 50 años, con un físico poco atractivo rematado con un peinado descapotable, apenas hacía cinco meses que residía en la ciudad. En su Murcia natal, tuvo no pocos problemas también por acechar a mujeres, y hacer proposiciones un poco subidas de tono. Era además un asiduo de los prostíbulos, su vía de escape a tanta frustración. Sus andanzas como acechador aficionado le habían conducido a los calabozos de la comisaría de su ciudad alguna que otra vez. Actualmente trabajaba en el estanco del viejo Anselmo, en la misma zona en donde vivía tanto Norberto, como las víctimas. Estanco y propietario que Julio conocía bien, pues compraba allí a menudo sus suministros de Ducados. En el estanco había botecitos de gasolina de mechero, sustancia que según Pons era con lo que habían provocado los incendios.
En eso vio Julio un hilo del que tirar, aunque no fuese algo definitivo. Le reveló a Pons las sospechas que albergaba, sin olvidar mencionar el mal trago que acababa de pasar y del que se había salvado por los pelos, para que preparase eventuales medidas contra la persona que intentó matarle si se confirmaba su teoría o si volvía a atacarle.
Tras salir de la comisaría, le apeteció reponer sus reservas de tabaco para los próximos días. Sabía a que estanco ir exactamente. Ir allí disiparía o confirmaría sus sospechas y teorías y en el segundo caso le enviaría un mensaje a su presunto asesino frustrado, rompiendo su calma. También quería hacerle una visita al viejo Anselmo.
El viejo Anselmo no era tan viejo, era sólo que su cuerpo se desgastaba antes de lo que por su edad le correspondía. Tendría unos 60 años, pero su pelo y larga barba blancos le añadían años. Se sabía públicamente que había estado unos cuantos años en la Legión y poco mas, pero los quince años que llevaba al frente de su pequeño estanco, le habían convertido en una pequeña institución en el barrio. Un barrio en el que la gente, nacía y crecía y del que no salían. El era observado con cierta admiración por haber estado en lugares lejanos y misteriosos. Era un comerciante de los de la vieja escuela, en la que primaba el trato personal en oposición al funcionamiento de cadena de montaje como él decía, al estilo de las grandes tiendas como Simago, y de las máquinas expendedoras que comenzaban a aparecer para hacerle competencia directa a Anselmo, lo que para él era algo a erradicar, antinatural, máquinas que estaban intentando sustituír a las personas.
Todo quedó claro para Julio en esa visita al estanco. Se fijó en primer lugar en el pequeño expositor de los mecheros de gasolina. A pesar de que el sujeto estaba atendiendo a un hombre, el tal Norberto no le quitó ojo a Julio en cuanto entró. Tenía expresión asustada cuando Julio le pidió un cartón de su veneno favorito y cuando el cliente anterior se hubo marchado, Julio le preguntó:
-Que sucede, está usted bien? Está pálido.
No le contestó, no le salían las palabras, no le salía sonido alguno, ni tan siquiera un balbuceo. Tampoco es que tuviera tiempo de articular respuesta alguna. En ese momento emergió Anselmo de la trastienda y saludó a Julio:
-Que tal estás sabueso de la prensa? Llevas días sin aparecer por aquí. Empezaba a temer que hubieras dejado de fumar.
-Tranquilo, magnate del tabaco, la vida sana no está hecha para mi. Seguiré contribuyendo a que el negocio marche, mientras olfateo cosas que merezcan la pena publicar.
-Ya lo sé, te leo todos los días. La gente del barrio está un poco tensa con el asesino ese.
-Si, pero está cerca de acabar. Pronto se sabrá todo y quizá mañana haya un psicópata menos en la calle.
-Ya lo tienen? Lo han detenido?
-Todavía no, pero están a punto de descubrirle y meterle en una jaula por una buena temporada.
Mientras hablaba con Anselmo, el incurable cotilla que todo lo quería saber, pero no soltaba prenda sobre sí mismo ni sus asuntos, Julio miraba de vez en cuando a su empleado y veía miedo en su rostro, cosa que disfrutaba doblemente, porque las circunstancias le daban la razón una vez más, y porque se iba a parar en seco la trayectoria de aquel maniaco de mierda. El contribuiría a ello de forma activa, y sabía que sucedería rápido. Aunque como en otras ocasiones Pons le advirtió que no se involucrara, ya lo estaba. Le habían involucrado otros. Mientras miraba como el tal Norberto agachaba la cabeza, intentando aparentar normalidad sin ningún éxito, tuvo completamente claro el caso que ocupaba su atención, con una definitiva certeza. No le quedaba otra que actuar activamente. Se la estaba jugando en ese asunto. O hacía algo, o caería, lo que trataría de evitar por todos los medios.
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