viernes, 31 de enero de 2014

Aflicción asfixiante (Malos dias)







Un martes cualquiera, como cualquier otro día, excepto porque no lo era, al menos no en el sentido estricto de la expresión. Era un día de esos. Uno de aquellos días torcidos. Un día nefasto de los que en lugar de oxígeno, parecía que respiraba directamente óxido nitroso. Uno de esos días malos, que cada vez eran más frecuentes en su vida.

A causa de la música a gran volumen de su vecino, una caótica pieza de jazz, y se había despertado de un sueño que no conseguía recordar, un sueño que bien podría haber sido una pesadilla, pero incluso así, no sería peor que la realidad de aquel espantoso día. En días como aquel, la tentación de quedarse en la cama todo el día, era muy grande. Para el, esos días malos, no eran cuestión de suerte, buena o mala, era más bien estadística, un día como aquel tenía que asomar tarde o temprano, era inevitable, y quizá sirviera para contrastar y hacer más brillar más los días buenos, aunque en ese momento no se creía tal cosa, hacía mucho tiempo desde el

Abrió la ventana, y se asomó, para comprobar el tiempo, que resultó ser un día frío con un cielo gris y oscuro, para acompañar a su estado de ánimo. Se vistió rápido, y se tomó un café, hecho a toda prisa, y sin mucho mimo. No tenía azúcar, y el café le supo amargo, como a su propia vida.

Se sentó a la mesa, para terminarse el café, con la sola compañía de su gato, pensando en la trayectoria de su vida, que se le hacía cuesta arriba, y cada vez más empinada. Estaba sumergido en un su propio pesar, sabia que no debía hacerlo, pero se revolcaba en su propia desdicha, con el corazón desintegrado, y el alma contusionada y aplastada, no había ningún aspecto con el que estuviera contento, ni tan siquiera deseaba estar en el lugar en donde vivía.

Se recreó una vez más en su situación, y salió a la calle, para que le diera el aire a sus penurias, dirigiendo sus pasos a la oficina del servicio público de empleo, que encontró a rebosar de gente, lo que le hizo desistir de realizar cualquier trámite o consulta, pasarían unas cuantas horas hasta que estuviera despejado.

Dio media vuelta y mientras caminaba sin rumbo, o más bien se arrastraba con desgana por las calles de la ciudad, comenzó a llover, teniendo que disputarse los aleros de los edificios con otros transeúntes que, como el, no tuvieron el buen juicio de armarse de paraguas en un día terriblemente gris.

Pensó en ir a la biblioteca, para poder leer las noticias del día. Era uno de los lugares en los que mejor se encontraba, en aquel lugar podía estar tranquilo mientras escuchaba los susurros del silencio, pero no tenía ganas de encontrarse con nadie, y el contenido de la prensa sólo conseguiría hundir más su ya precario estado de ánimo. Volvió a casa, con la sensación de ahogo que casi siempre le acompañaba. Al llegar, percibió que su vecino seguía escuchando música, esta vez sonaban los lamentos de Roy Orbison, que sintió como eco de los suyos propios.

Un día iba a tener que hacer algo al respecto sobre todo lo que estaba en el aire en su vida, no podría continuar mucho más tiempo así sin reventar. Pero de momento hizo lo que le parecía que debía para paliar ese día. Se tomo un par de pastillas, y se tumbó en la cama esperando que hicieran efecto y aliviaran un poco la presión que le comprimía en todo momento. Encogido sobre si mismo sobre la cama, y con lágrimas deslizándose por su cara, y añorando una vida de verdad, y no ese sucedáneo que era  su rutina cotidiana, se fue sumiendo en un extravío narcótico, que era lo único que le impedía resquebrajarse por completo.

2 comentarios:

  1. La verdad es que consigues que se te vacie el alma; una descripción tan detallada te identifica con el protagonista, sentirte en su piel.
    En ese borde podemos andar todos.
    Saludos, Javier.

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  2. Por desgracia muchos tenemos dias asi y cada vez mas. Me gusto tu forma de narrar todo lo que se siente. Un abrazo.

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