martes, 12 de noviembre de 2013
El hombre helado
Una figura encogida, atravesaba las lluviosas calles de la ciudad, en medio de la quietud de la noche. Caminaba a pasa rápido, pero con cuidado de no sucumbir ante las traicioneras y mojadas baldosas, que agazapadas y en silencio, acechaban siempre en busca de su próxima víctima.
Se tocó el cuello de la cazadora, para asegurarse de que la tenía abrochada al máximo, intentando combatir la gélida sensación que parecía que nunca le abandonaba. Le llamaban el hombre helado, porque siempre parecía estar frío, siempre parecía tener frío. Cuando entraba a un lugar, casi nunca se quitaba la prenda de abrigo que llevaba puesta, por mucho calor que hiciera.
En sus paradas en algún local de la ciudad, siempre se agarraba con ansia y desesperación a una taza de café, intentando recobrar el calor perdido.
Casi nadie sabía su historia, y los pocos que la conocían, la habían olvidado hacía tiempo, para ellos era tan sólo una excentricidad suya. Sólo el mismo era dolorosamente consciente de su estado. Que una vez conoció el calor que necesitaba, y lo perdió. Ahora estaba fuera de su alcance. El calor que le devolvería a la verdadera vida se encontraba a muchos kilómetros, y el vivía un constante invierno.
En esos días de Noviembre, el hombre helado soportaba estoicamente la lluvia y las heladoras ráfagas, sabiendo que no tenía forma de eludir sus efectos, que eran mayores que en cualquiera.
A pesar de todo ello, el hombre helado sabía que en su interior guardaba su antiguo calor, reconfortante y de suma importancia para el. Un calor con nombre propio. No perdía la esperanza de recobrarlo, pues era vital para el, por eso no dejaba de moverse, no dejaba de luchar por volver a fundirse con la persona que le curaría de su invierno sin final. La persona que era capaz de encender en el una permanente llama. El hombre helado era sabedor de que ella también le buscaba, y que un día cercano hallaría el modo de estar juntos. Ese día, compartirían su calor mutuamente, iluminados por el fuego de la vida, un fuego que nunca se extinguiría, ardiendo en ellos por siempre.
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Todos tenemos ciertas partes del cuerpo heladas o, lo que es peor, el cuerpo entero a veces - sobre todo el órgano vital por excelencia: el corazón. Lo único que nos salva del congelamiento total es la llama eterna del amor que buscamos en el exterior y que, sin embargo, habita en nuestro interiror. Un bello cuento de invierno.
ResponderEliminarTe saludo cálidamente desde la primavera, Javi.
Un abrazo!
Fer
Es una lucha que tenemos los seres humanos, a veces podemos convertirnos en "hombres helados" o fríos al despreocuparnos de lo que acontece a nuestro alrededor, , pero siempre existe la opción de calentarnos en fuego cuando volvemos la mirada a los demás, Saludos Javier, un bonito relato
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