martes, 1 de octubre de 2013
Con la mochila a cuestas
Lo he vuelto a hacer, y sé que lo volveré a hacer. Quizá es que se me haya cruzado un cable, o algo por el estilo, uno que siempre haya tenido suelto, y ahora suelta chispazos. Eso es lo que diría alguna de las personas que ponen gesto de disgusto o desaprobación al relatarle alguna de las cosas que se me ocurren. Posiblemente, para ellos, sea algo que se sale de sus cánones de lo que es normal, pero yo no soy ellos, ni tengo la intención de serlo, de modo que seguiré siendo el mismo insensato de siempre, haciendo las cosas que deseo.
He vuelto a coger la mochila, y largarme, perderme por ahí, a ver hasta donde llego, a ver que lugares recorro. Vagabundear de esta manera, sin planearlo previamente, sin rumbo fijo. Puede que no sea la manera habitual, el procedimiento estandarizado imperante, pero me da igual. A mi me sienta bien, me ayuda a comprender cosas de este misterioso mundo, y sobre todo, me ayuda a comprender algunas cosas sobre mi mismo.
Andando sólo por caminos polvorientos, bajo el sol, y un brillante cielo con apenas nubes, parando los escasos vehículos que no aceleran al verme, puedo alcanzar a entender las cosas que en la vida urbana no me sería posible, con ese dar vueltas sin parar y sin aliento, ese ir y venir a toda hostia sin ver lo que tienes alrededor, ese ahogarse a cada momento, sin saber el porque.
Andando entre oxidadas y abandonadas vías de tren, me pedía el cuerpo fumar, y quise liarme un cigarro sin dejar de andar, con un relajado ritmo, aún sabiendo que el viento soplaba ante mi. Quise hacerlo para probarme a mi mismo mi propia capacidad para obrar contra la prudencia, o la sensatez, si se prefiere. >El resultado fue, que a pesar de la ráfaga de viento, la que tan sólo me hizo volar unas pocas hebras de tabaco, conseguí hacerlo, y fumar a mis anchas, mientras continuaba con mi caminar, con la mochila a medias y el corazón a tope, recorriendo y observando la vieja vía, cargada de historias de todos aquellos viajeros que hicieron uso de ella.
Con esa pequeña cosa, un gesto cotidiano como es el de liar un cigarro o fumárselo, un acto de poca importancia, llegué al convencimiento de que aún con el viento en contra, no hay motivo para detener nuestra marcha hacia el lugar a donde queremos ir, por el camino que elijamos. A pesar de las voces alarmistas, que nunca faltan, hay muchas cosas que pueden llevarse a cabo, si aparcamos nuestros miedos, y ejercitamos un poco la osadía. El riesgo es parte de la vida, es algo que tenemos que asumir si deseamos una vida completa, verdadera, y no un insufrible simulacro.
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Me gusta tu reflexión, te tengo que dar las gracias porque en este momento me ayudó muchisimo. Empezaré un nuevo camino, no sé hacia qué y tengo miedo, pero lo superaré y estaré feliz.
ResponderEliminarUn abrazo.