domingo, 24 de febrero de 2013

El juego de los antros






- Págame un trago o te mato!

-Mierda, se me acabó la excursión, los problemas tenían que llegar antes o después. Eso era al menos lo que pensaba Pablo cuando oyó el vozarrón cazallero a su lado, en la barra de aquel grasiento bar que apestaba a fritanga y a puros pasados.

Pablo no dijo nada, a la espera de que la amenaza de tormenta se disipara, y si el personaje que se le dirigia a él, al que por precaución no había ni mirado, se cansaba y se iba a dar la tabarra a otro lado, dejándole en paz. Aunque sería díficil que eso sucediera, en un tugurio como en el que se encontraba, los contratiempos tendíar a ir a más, además, Pablo era el único de entre toda la clientela del momento que no tenía pinta de leñador ni de camionero terminal, tan rubio, y ataviado con sus gafas de pasta, y con ropa sin manchurrones de alcohol ni de grasa, lo que le hacía fácilmente identificable.

Al cabo de un breve lapso, la voz volvió a importunarle.

-Te he dicho que me invites a un trago, alfeñique.

Alfeñique, desde luego aquel local era como un viaje en el tiempo, casi todos los elementos que contenía, desde la barra a las cámaras frigoríficas, pasando por el infame retrete, debían datar de una época anterior a 1980, exceptuando la televisión, que era lo único que indicaba que no había atravesado el tunel del tiempo.
El mensaje quedaba merianamente claro, el portador de esa voz, no parecía que fuese a cansarse fácilmente, esa odiosa voz, que se elevaba por encima de la de la televisión, en la la que se emitía un partido de fútbol, y  de los pequeños corrillos de cháchara de los parroquianos del bar que no quitaban ojo a la pantalla ni para hablar con sus contertulios.

Revolverse no parecía el mejor curso de acción a seguir, pues tras un rápido vistazo, comprobó que todos parecían bastante brutos, y Pablo era más bien canijo, no tendría mi media hostia. Y Rubé­n, no llegaba. Si no quería problemas, tendría que tragar con la petición.

Pabloy echo un vistazo al propietario de la voz que le inquiría. Un gañán de casi dos metros, armado de dos brazos como dos remos, con rostro simiesco, y las dos cejas fundidas en una sola. Pablo le sonrió y dijo:

-Claro, pídase una bien fría, y disfrútela.

En realidad lo que pensaba era algo muy distinto, ojalá revientes. Pero bueno, era un mal menor, sólo le constaría una cerveza, una copa o lo que fuera librarse del tipo aquel. Ahora lo que tenía que saber era donde coño se había metido Rubén, que era quien lo había citado en aquel insalubre lugar, en donde Sanidad no parecía haber puesto jamás un pie, pero de hacerlo, no sólo ordenaría su cierre inmediato, sino que pulsaría el boton para iniciar un bombardeo termonuclear, la única forma de desinfectar aquello.

Pablo se echo mano al bolsillo y sacó el móvil, mientras pensaba en el jueguecito que se llevaba con Ruben, una especie de pequeño tour por todos los tugurios de la comarca, como una especie de deporte extremo de poca actividad física, pero de alto riesgo potencial. Eran unas expediciones curiosas e interesantes, pero que sabían que entrañaban cierto riesgo, no sólo para su integridad física, por el trato con especímenes humanos animalizados y embrutecidos que poblaban aquel tipo de locales, sino porque también estaba en riesgo su salud, teniendo en cuenta las cosas que habían visto hasta la fecha. A Pablo a veces le parecía oír la risilla malévola de los virus y bacterias que esperaban agazapados en vasos y tazas, por eso sólo pedía cosas embotelladas, de un sólo uso, no era plan que el salir a tomar algo acabara en una visita a urgencias por algún tipo de infección masiva, contraída en uno de esos infectos antros de nombre desconocido o imperceptible, a juzgar por el descolorido cartel que colgaba sobre la puerta de entrada del local en donde se encontraba.

Miró al gañán, que parecía satisfecho, mientras el orondo camarero de bigotes kilométricos, le servía un vaso de vino, vaso que había perdido su transparencia original, que podría ser testigo de la guerra civil, tras contener tantas veces vinos apócrifos como el que ahora servía, poco aptos para paladares no ya exigentes, sino con un mínimo de sensibilidad.

Pablo volvió la vista al móvil y pulso el numero de Rubén, que ya hacía media hora que debía haber llegado, ardiendo en deseos de obtener cualquier pretexto para largarse de allí pitando, y no volver.
Un tono, dos, tres, y por fín se dignó a coger el teléfono.

- Ah, hola Pablo, justo ahora te iba a llamar

- Que casualidad, bueno, vienes o que? que estoy sólo con una jauría…

-No voy a poder, Pablo, tengo una pequeña dolencia gástrica, seguramente por estas excursioncitas a lo peor de la hostelería que hacemos.

- Mierda, tú, haberme avisado antes, tengo aquí a un pelma que no me deja en paz, y encima hay fútbol, pronto se empezarán a encabritar los mostrencos que hay aquí, igual no salgo de una pieza, haz un esfuerzo, venga.

- Perdona, Pablo, no quisiera ponerme escatológico, pero apenas puedo moverme del wc…

- Maldito, tenías que ponerte malo hoy, bueno, a ver como me apaño, esta me la apunto, no te deshidrates.

- Y a ti que no te peguen mucho, jajaja, nos vemos.

Y colgó, el cabrón de Rubén no iba a venir, y él estaba ahí, entre una manada de futboleros que ya comenzaban a excitarse, medio borrachos con un vino de todo a cien, ya se estaba poniendo en lo peor, le estaba viniendo a la mente el cortometraje Mirindas asesinas, resopló, y cuando se estaba guardando el móvil, la voz volvió a importunarle.

-Anda, un ifon de esos, que majo, chaval, me lo enseñas?

Pablo puso los ojos en blanco, otra vez el gañán unicejo de las pelotas, porque no se desplomaba ya, borracho perdido como estaba?

Desde que había puesto los pies en aquel asqueroso agujero, el tipo no había dejado pasar ocasión de fastidiar. Pablo estaba deseando que le hiciera efecto los trece vasos de vino que había trasegado desde que llegó. Una especie de alarma sonó en su cabeza, primero le exigía que le invitara a algo, ahora quería ver el teléfono móvil, y luego? Se estaba temiendo acabar en ropa interior, el tipejo le había tomado por su juguete de la noche, y no estaba por la labor, pero no podía esperar ningún tipo de ayuda de aquella manada de brutos sin seso. Tenía que hacer mutis discretamente, por suerte, no se había quitado la cazadora, tan sólo tenía que llegar al coche, y ya estaría seguro. El partido de futbol, que estaba a todo volumen, le serviría como cortina de humo, hablar con Rubén le había dado una idea.

Se llevó la mano a la entrepierna y se dirigió al gañán, que cada vez se posicionaba más cerca, como un buitre revoloteando en círculos.

- Perdón, la cerveza pide paso, ahora salgo y le enseño como funciona un móvil.

Tras oir un gruñido de aprobación del sujeto, entró, cerrando trás de si la puerta de acceso a los servicios, haciéndo a continuación una inspección rápida, encontrando lo que buscaba al segundo vistazo, en el aseo de mujeres. Si, era una ventana, y del tamaño adecuado para esfumarse de allí. Antes de salir por la ventana, se aseguró de que diera a la calle, para no acabar atrapado en algún patio interior de aquel maldito sitio.

Cerró el semioxidado pestillo por dentro, abrió la ventana, ayudándose del trono, se encaramó, mirando hacia abajo, y saltó el metro y medio que había hasta el suelo, experimentando una subida de adrenalina que le llevó disparado, segundos después hasta la puerta de su coche, accionando rápidamente el mando a distancia y cerrando la puerta y el seguro casi inmediatamente.Se alegró de que la amenaza de problemas que preveía, no fuera a llevarse a cabo

Arrancó riendo por dentro, sin saber si era por la adrenalina, o quizá por que se dió cuenta de que se había ido sin pagar, lo que no le importaba en absoluto, pues no tenía la menor intención de volver por allí, pero con ese factor, el juego de los tugurios, adquiría un nuevo matiz, más emocionante aún, el reto sería ingeniarselas para largarse sin pagar, tenía que comentárselo a Ruben, seguro que le parecería interesante.

Mientras aquellas bestezuelas humanas,borrachos como cubas ya,  bramaban, y se peleaban en el bar, Pablo, reía mientras pisaba el acelerador y se alejaba de aquel barrio, con un nuevo juego en mente.

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