lunes, 19 de marzo de 2012
Seca
Ella era un rayo de luz y alegría por donde quiera que pasase. Siempre tenía una sonrisa para todo aquel que la necesitase, toda la vida había sido así, era parte de su naturaleza, irradiar alegría, esperanza y ánimos a todas las personas de su entorno.
Pero en los últimos tiempos todo era distinto, quizá más oscuro, quizá un ambiente más inhóspito, o tan solo la ausencia de retroalimentación, de reciprocidad, pues siempre daba, y daba, pero no recibia nada más que una minúscula parte de lo que irradiaba hacia los demás.
Aún era capaz de mantener la pose que la había carecterizado durante toda su vida, pero, al caer la noche, con el ocaso del sol, también se hacía la oscuridad en su interior, notaba una negrura que le atenazaba el alma, y que le hacía entrar en un estado de desasosiego continuo, que mitigaba su antaño intenso fulgor interno, y le impulsaba a llorar hasta caer dormida en sus noches.
Experimentaba una opresiva sensación de soledad, junto con un frío interno constante, eran su única compañía. Comenzaba a sentirse entumecida, sin ser capaz de sentir nada más. Por eso, por su anhelo de poder volver a sentirse viva, la empujó a comenzar a autolesionarse, ocasionándose pequeños cortecitos en los dedos, para poder volver a sentirse humana, experimentado el dolor y contemplando las pequeñas gotitas de sangre que manaban de las heridas.
Cada vez con mayor frecuencia, llegaban a su mente imágenes de muerte, la muerte, desaparecer de este mundo, descansar en la inexistencia, fueron convirtiéndose en pensamientos recurrentes para ella. Así, pasaba los días de su vida, una y otra vez, sin ningun aliciente en la vida y hundiéndose poquito a poco en el abismo.
Un día, paseando sóla, sumida en sus negros pensamientos,sucedió una cosa que le hizo replantearse su actitud. Bajo un cielo nuboso y un tanto oscurecido, se cruzó con una figura masculina, ataviada de negro, que sonriendole, le saludó, tras lo cual le preguntó que le sucedía, por su ensombrecido semblante. Ella respondió que la vida, que no merecía la pena, con todo lo malo que contenía. El hombre, tras unos segundos de reflexión respondió que sólo uno mismo puede hacer que merezca la pena, pues es una lucha constante en la que nunca debe cejarse y que nunca debemos dejarnos caer en el desánimo. Tras esto, se despidió y siguió su camino.
Tras reflexionar durante unos minutos, después de ver marcharse al hombre de negro, pausadamente, comenzó a caminar, comtemplo como en el cielo los nubarrones se apartaban para dejar paso al sol, y de forma instintiva, se le escapó una de sus antiguas sonrisas, que le acompañó el resto del trayecto.
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me ví en un tiempo, hace un rato...
ResponderEliminarGracias.
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