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jueves, 9 de abril de 2015
Callejeando: Azar de juego
Cafetería del bingo La Gloria, con unas cuantas décadas de antiguedad. Casi nunca suelo parar por aquí, tan sólo pasar de largo, pero hoy decido aterrizar mi culo en uno de sus taburetes, sencillamente por curiosidad, además de que es uno de los pocos locales de toda esa calle en los que hay sitio de sobra, para mirar y pensar un rato, sin una horda futbolera encima profiriendo maldiciones. El acceso a la sala de bingo está al final de la barra, y de vez en cuando entran y salen pequeñas manadas de bingueros, que cada día son más escasos, pero los que quedan son fieles al juego hasta la muerte. Dentro de poco no quedarán jugadores de este tipo, me da a mi que el bingo online no tiene mucho éxito, que a las nuevas generaciones les va más el poker.
Me ponen el café mientras miro alrededor. Botellas de más edad que el camarero y yo juntos, tipos broncos que respiran ruidosamente entre efluvios de whisky, algún oriundo de un pueblo remoto, y unas chicas vociferantes justo detrás de mi, que engullen pinchos sin ningún miramiento, cosa que agradezco, porque mientras comen, no hablan ni gritan. Por supuesto también abundan recalcitrantes bingueros desplumados, que piden llorosos unos euros para reanudar su vicio y tratar de enderezar su contusionada suerte.
Los camareros hacen caso omiso de todo concentrándose en sus hosteleros quehaceres, que no son pocos. Siguiendo su ejemplo, ignoro casi todo de mi alrededor, alternando mi vista entre las noticias de la televisión y la pantalla en donde salen las bolas numeradas de la partida de bingo que debe estar en marcha en estos momentos. Extravagantes bingueros con ojos enrojecidos y voz ronca entran y salen, les sigo con la mirada curiosa y me pregunto si el bingo será el casino de los pobres, que hasta para eso hay clases en esta compartimentada sociedad.
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