martes, 14 de mayo de 2013

Nómada







Era un autoestopista, un moderno nómada. Su nombre, no importaba, puede variar tanto como su ubicación geográfica. Su rostro curtido por el sol y el viento, delataba la carencia de cuchillas de afeitar, con una poblada barba y castaño pelo largo que no ocultaban sus ojos azules. Su 1,80 de cuerpo, ya lleva muchos kilómetros en su contador, largas jornadas de caminatas, tren, autobús, y su predilecto autostop, que piensa que debe volver a popularizarse, que facilitaría la confianza y la comprensión entre las personas de una sociedad tan paranoica.

Veía su vida anterior como un mal sueño, un sueño en el que probó todo lo que se supone que una persona normal debe hacer, tener una formación, un trabajo, una pareja, ser un pequeño engranaje de la gran máquina. Pero no pudo aguantarlo, no quiso vestirse con ese disfraz de normalidad, si es que la normalidad existe en un mundo tan histérico y convulso. Decidió recorrer su propio camino, un camino que abarcaba el mundo entero, no se sentía apegado a ningún territorio concreto, no sentía ninguna tierra como suya, porque eran el, y todos los ellos que lo poblaban, quienes pertenecían al mundo. Y así se sentía bien, que la vida fluía de una forma natural, en contraposición a las artificiosas fórmulas predefinidas que había experimentado antes.

Llevaba años ya viviendo de esta forma, y sentía que todas sus necesidades estaban cubiertas, que todas sus querencias estaban colmadas. No sentía excesivo apego por las cosas materiales, tan sólo eran instrumentos que tenía su utilidad y nada más, no codiciaba ningún bien. Tan solo necesitaba su mochila, su cazadora, un par de buenas botas y nada más. En cada lugar que paraba durante un breve tiempo, tenía la facilidad para ganarse la vida en casi cualquier campo laboral, pues tenía facilidad de aprendizaje, y gran habilidad en todo lo que pusiera su atención. para finalmente, dejarlo y seguir su camino. El alojamiento no era un problema, sobraba tiempo para comer y dormir. Para el, la vida que llevaba era la natural forma de vivir, no esa frenética vorágine de stress que había visto en las ciudades que había dejado atrás.

Lo que más valoraba en este mundo era conocer nuevos lugares, y nuevas gentes, que siempre le sorprendían agradablemente, no había perdido esa capacidad. Era capaz de recordarlas los nombres y los rostros de cada una de las personas con las que se había cruzado en su interminable trayectoria, esa era la única posesión que valoraba, y guardaba en su interior, las personas y sus recuerdos, que eran los que le animaban a continuar su camino, explorando nuevos lugares y posibilidades, ellos eran los que en medio del camino, al evocarlos, le dibujaban una satisfecha sonrisa en su rostro, mientras se dirigía en pos de nuevos parajes, y nuevas experiencias. La vida era eso, el futuro tan solo era un espejismo, una serie de etéreas ideas, aún sin conformar, había que vivir el hoy de la mejor manera posible. Y lo haría mientras le aguantaran los huesos.

1 comentario:

  1. Genial, cuántos queremos o necesitamos desatarnos de ese "engranaje de la gran máquina".
    Saludos, Mónica

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